Salvador Garmendia, excepcional escritor venezolano

Salvador Garmendia
Foto de elestimulo.com

Llegamos hasta el país del beisbol latinoamericano, de las hermosas modelos que se convierten en miss universo, del extraño árbol “Araguaney” que florece por tan sólo unos días, de aquel socialismo que tanto prometió y ahora mantiene en jaque a toda a una nación y por supuesto, llegamos hasta la tierra de un prolífico escritor llamado Salvador Garmendia (1928-2001).

En esta ocasión quisimos conocer al gran escritor a través de este artículo publicado en https://salvadorg.wordpress.com/ que nos brinda una mirada de este gran talento vinotinto (como se le conoce a la selección de fútbol venezolana) y a pesar que no podemos corroborar la data de la publicación o si esto fue una entrevista real o imaginaria, el presente texto nos muestra una brillante mirada de la crítica social, política y literaria que brinda Salvador Garmendia que nos permite conocer un poco mejor aquel país vecino del norte de sur américa.

 (Título) Salvador Garmendia: “Los venezolanos sólo exportamos barbarie”

 (Bajadas) Venezuela es una perfecta desconocida en el mundo en materia cultural y literaria. El CONAC no ha sido capaz de comprometer a la gente en el proceso cultural que nos compete a todos. El Teatro Teresa Carreño es una inmensa máquina que se está oxidando

 Por Albor Rodríguez

Salvador Garmendia (Barquisimeto, 1928), sostiene que uno se equivoca siempre que dice la verdad, en cambio acierta cuando miente. Barbudo, voz ronca medio asordinada, desgarbado, y siempre, siempre, vestido como a la deriva, dice que su desgracia es que habla demasiado.

Con un libro de relatos recién concluido, y un viaje en puertas rumbo a Eichstatt, Alemania, Garmendia es sobre todo un “echador de cuentos”, de esos con memoria prodigiosa, y gracia para hacer reír sin él mismo sonreír ni un poco.

Dejando un espacio para la duda de si a veces hablaba en serio o en broma, compartió una mañana entera con Eloi Yagüe, Albor Rodríguez y Andreína Gómez en la redacción de El Nacional.

Entre café y café -negro, porque “con leche no sería vicio”- respondió amigablemente a cada pregunta. La primera de ellas sobre el papel, siempre en revisión, del intelectual venezolano, y sobre todo, aunque parezca verdad de perogrullo, de la definición de esa palabra.

-¿Cuál es el status que tiene aquí una persona que se dedique a pensar y a escribir lo que piensa?

En realidad ese papel en Venezuela está muy deprimido, no desde ahora, lo ha estado siempre. Por el temor que el poder tiene por la gente que piensa, y de la misma manera, porque el hombre de pensamiento muy pocas veces ejerce el poder. Durante 27 años fuimos gobernados por Juan Vicente Gómez, es un hombre que no tenía entre sus costumbres pensar, sólo sabía ciertas cosas, tenía ciertas mañas. Su idea de la República era la de hacienda donde él era el gran capataz. Luego, en la Venezuela petrolera, las cabezas de partido, los líderes, los conductores de masa, también están alejados del pensamiento, han sido hombres de acción, de maña, de habilidad. Creo, justamente, que la gran debilidad de nuestra democracia y su casi absoluto fracaso, ha consistido sobre todo en la falta de pensamiento democrático. Adaptamos unas fórmulas escuetas traídas de fuera, las acomodamos a la realidad del país lo mejor posible y las echamos a andar. Pero no hay concepto verdadero de la realidad de este país.

-¿Cuáles cree usted que son los paradigmas con los que puede contar la juventud venezolana en estos momentos? ¿Son los artistas, los intelectuales, los teóricos de macro-economía, quiénes?

Creo que se están haciendo demasiadas ilusiones conmigo, yo apenas logro entender, en cierta medida, a mis hijos, entender qué quieren, qué buscan y qué necesitan. Mucho menos voy a poder saber lo que quiere toda la juventud. Recuerdo que cuando era joven, en realidad admiraba a poca gente. El país no nos daba mucha gente para admirar. La mayoría de los grandes hombres que queríamos emular estaban en el pasado. Eran los héroes de la independencia. La realidad venezolana nos da realmente poco que admirar, más que todo cosas que odiar, cosas que despreciar. Creo que los únicos héroes intachables que ha tenido el pueblo venezolano durante todas estas décadas, han sido los grandes beisbolistas. Miguel Otero Silva     decía que en Venezuela los únicos ricos que han obtenido su fortuna con el sudor de su frente, son los peloteros. Todas las demás fortunas han tenido su parte de picardía. En general, los deportistas son los héroes en el mundo.

Escritores en grandes ligas

-Siguiendo con el tema del beisbol, hay como 25 peloteros venezolanos, más o menos, en las Grandes Ligas. ¿Por qué no podemos decir lo mismo en el ámbito de los escritores?

Bueno, en los países latinoamericanos, en materia de literatura, se está en las grandes ligas con una o dos figuras importantes, no más; tres o cuatro, es el caso de Argentina, por ejemplo, tal vez menos. En los demás países si decimos uno ya nos consideramos bien servidos. No hay abundancia de escritores, tampoco la ha habido nunca. Cuando hablamos de los grandes escritores franceses del siglo XIX, hablamos de un siglo entero, y nombramos cinco o seis. Los demás perecieron por centenares. No hay muchos escritores en los países y son menos los que se consagran verdaderamente. Venezuela no ha producido ninguna de esas figuras como Rubén Darío     que envuelven prácticamente a todo el continente.

-¿Cuál es la respuesta que, como venezolano, ha recibido en el exterior? ¿Cómo es la imagen que se ha ido construyendo de nuestro país, y cuánto contribuye la cultura a forjar esa imagen?

-La imagen es prácticamente ninguna. Venezuela es un perfecto desconocido, en materia cultural y literaria, y eso lo he constatado. Para el resto del mundo, fuera del gremio de los escritores con quienes uno comparte y se regala libros, el desconocimiento de la cultura venezolana en general es casi total. Y eso tiene una explicación: Venezuela ha sido un país petrolero y rentista durante todo este siglo, nos hemos creído ricos y hemos disfrutado una abundancia y un poder económico que ningún otro país latinoamericano ha tenido. Entonces nunca nos preocupamos por estar exhibiendo una imagen, porque teníamos el orgullo de ser ricos. El rico es despreciativo, más bien procura esconderse un poco, que no lo vean mucho, y bueno nos acostumbramos a que si querían saber de nosotros que vinieran aquí.

-Y ahora que ya no somos ese país rico. ¿Cree que ha habido esfuerzos por cambiar eso, por intentar relacionarnos más con el mundo?

-No sé si hay programas ahora, no los conozco. Puede que sí, que la conciencia se ilumine y diga que hay que hacer algo. Pero la situación ahorita es patética. Sólo se informa de Venezuela cuando hay desastres o calamidades. Todavía se pasan imágenes desastrosas del 27 de febrero, los golpes de Estado fueron promocionados ampliamente en todo el mundo. Por ejemplo, un tanque de guerra atropellando la puerta del palacio presidencial, lo cual constituye una muestra de barbarismo. Si hiciéramos lo posible por mostrar que hay otras cosas, además de esas desgracias, que hay escritores, artistas, una naturaleza espléndida, una artesanía hermosa, entonces habría una compensación, pero no la hay, sólo exportamos barbarie.

La Bella Cenicienta

-Observemos el caso del simposio que se va a realizar en Alemania. Esa fue una iniciativa de la universidad alemana y ¿qué esfuerzos ha hecho el CONAC por ejemplo, para apoyar esa iniciativa que significa proyección de nuestros escritores?

-No sé responder porque no sé si ha ocurrido. Espero que el CONAC haya tomado manos en el asunto y que esté interesado en ayudar y estimular todo esto. Eso sería lo correcto. El otro día Zapata , en una caricatura, redujo a un párrafo la realidad de lo que pasa con la cultura en Venezuela. Él decía que si la Emisora Cultural de Caracas   desaparece, no se le puede echar la culpa al gobierno porque la culpa es de todos. Allí está justamente el problema. ¿Por qué el CONAC luce en este momento como un gigante dormido? Porque fallan los dozavos. Al llegar tarde el dinero se desarticula la maquinaria, se paraliza. El CONAC, no ha sido capaz en toda su trayectoria, de comprometer más a la gente, a la sociedad entera en el proceso cultural que nos compete a todos. Se ha limitado sólo a repartir. La cultura debería tener un proyecto mucho más amplio de interesar, de obtener la participación en toda la sociedad, en todos sus campos. La iniciativa privada tendría que estar mucho más comprometida de lo que está y de lo que ya estuvo.

-¿Entonces también tenemos un país dormido culturalmente?

-Realmente sí, toda esa euforia cultural que hubo durante varios años estaba en la superficie. Debajo no había sino una masa de presupuesto. Entonces cuando el presupuesto se resquebraja empieza a venirse abajo todo lo que está encima. El CONAC debe cultivar mucho más sus programas y sus actividades con la gente, que la comunidad lo sienta como algo necesario. Si no es así no va a pasar nada, porque lo único que se crea es un problema laboral. Gente que no puede cobrar su sueldo.

-Ahora que entramos en el plano oficial, el hecho de que en este gobierno los artistas y los intelectuales, no tengan un papel protagónico, ¿es culpa de los intelectuales que no han sabido acercarse o del gobierno que no ha sabido convocarlos?

-No creo que el gobierno tenga mayor interés en la cultura, ni éste ni quizás ninguno de los que haya conocido. Pienso que hacer un gran teatro como el Teresa Carreño es para decir yo contribuí con la cultura. Ya con eso basta. Pero el Teatro Teresa Carreño     es una inmensa máquina que se está oxidando, que cada vez sirve para menos. En cambio, en Francia, Miterrand construyó un Teatro de la Opera, que le debe haber costado millones, pero es un teatro que nació vivo, porque allí existe ópera con una tradición de siglos. Él le hizo un teatro a esa ópera. Pero nosotros hacemos un gran teatro, sin tener ópera, entonces pasan los años y empieza a resquebrajarse. Esos son monstruos que cuestan mucho dinero que en este caso no tienen sentido. Primero se debió levantar la ópera y después el teatro.

El estado y los artistas

-En su opinión ¿cuál debería ser la forma de relación más sana entre los creadores y el Estado? ¿A través de una política de subsidios, una política de becas para la creación como el caso de México, o que los artistas ocupen cargos públicos?

-Es un deber del Estado favorecer la creación. Con subsidios, con programas de becas, como sea, pero tendría que ser un programa más orgánico en el que se puedan ir viendo resultados. Pero es una relación compleja, porque el Estado tiende a absorber todo lo que puede. Un ejemplo es lo que pasó en los países comunistas, donde los escritores vivían en condiciones privilegiadas, pero se sentían esclavos. Eso es peligroso. Igual que son peligrosos los talleres literarios, que tienden a crear ovejitas.

-Usted es un escritor reconocido en nuestro país y en el exterior. ¿En qué medida usted se hizo a sí mismo? ¿En qué medida le agradece, o le reclama al Estado, que le haya o no ayudado?

-En realidad, de agradecerle poco, y de reclamar nada. Yo me siento más contento de haberme hecho solo que protegido. Ahora, tampoco me quejo del Estado, en el sentido de que haya intentado conducirme o imponerme una ideología. Todo lo contrario, primero el INCIBA y luego el CONAC creo que han sido muy generosos, me han dado cosas que yo he aprovechado con mucho gusto, no dentro de un programa, sino como esa especie de dádivas generosas que hace el Estado venezolano en materia de cultura. Aquí la generosidad del Estado se ha manifestado de manera eruptiva, con un artista determinado que ha captado la simpatía de los mandatarios, o por lo que sea, pero sólo gestos, no ha habido un programa real de ayuda al artista.

A fuego lento con Salvador Garmendia

Coordinación: Chefi Borzacchini

Diario El Nacional

 

A sus 70, Salvador no aspira a la salvación.

Lidia Rebrij. Licenciada en Letras, periodista, escritora. 

Salvador Garmendia es, quizá, la referencia narrativa viva a la que recurrentemente vuelven los ojos, por necesidad, los autores -mayores y más jóvenes- y los críticos de literatura venezolana. Resguarda varios “trofeos” de esta “guerra” victoriosa. A la pregunta por la violencia responde configurando al héroe trágico que se mueve a su alrededor y en sus ficciones: el malandro caraqueño. Con él, piensa, también se construye el arte, ese que, decimos nosotros, salido de sus manos, carga con los olores de la ciudad, sus pequeños seres y su inevitable rastro de muerte. No cree en Dios. A menos que se llame Julio Verne, Miguel de Cervantes

Entrevistar a Salvador Garmendia, uno de los escritores venezolanos más importantes de nuestro tiempo, no fue nada sencillo. Durante nuestro encuentro, Salvador se mostró ansioso, apurado y tuve la sensación de que estaba molesto, tanto que en más de una ocasión pareció estar al borde del regaño.

Este hombre intranquilo y nervioso, a ratos de mal talante y sin embargo siempre cálido, habla bajo, bajito, tanto que el ruido de la calle más de una vez tapó su voz, y además habla rápido. Estaba enojado. Quizás hasta consigo mismo, porque tenía que someterse a una operación oftalmológica. Habló de la diabetes, y oteó con cierta ternura la proximidad de su muerte. Al final de la entrevista, ya en la despedida en el vagón del Metro, insistía con sonrisa malintencionada que le cambiara el sentido a todo lo que me había dicho, y en el fondo creo que se refería a eso tanto como al mundo entero.

-¿El dolor forma parte de nuestra existencia?

-Es imposible separarlo de nuestra vida, porque la vida es una forma del dolor. La única manera de averiguar que estamos vivos es cuando nos duele estar vivos. Los muertos no padecen enfermedades, por eso descansan en paz. La vida en sí misma es un dolor.

-¿Para qué sirve ese dolor?

-Sirve, entre otras cosas, para escribir sobre él. El dolor tiene su propio lenguaje, el dolor sabe expresarse y comunicarse, y ese es el lenguaje que tratamos de trasladar a la literatura, a la filosofía, a la poesía. Es una voz profunda, hermosa, cargada de piedad, el dolor te da esa posibilidad, porque la felicidad como tal no existe, la felicidad podría ser la cesación momentánea del dolor. El mañana no existe, existe el hoy y el ahora, y la única posibilidad de ser feliz es vivir ese minuto en ese momento.

-Si una vez se tuvo el Reino, ¿Cómo se puede después seguir viviendo sin él?

-El Reino era la infancia, y todos lo perdimos. Y no es que sea un Reino de felicidad perfecto, está lleno de miedos, es doloroso, en la infancia se aprende verdaderamente el sufrimiento. El niño lo aprende para toda la vida, es el aprendizaje de vivir con el dolor.

-También levantarse y no poder escribir, como le pasó a Hemingway, es perder el Reino…

-Yo llamaría a eso más que nada, como la pérdida de una facultad… Eso es una tragedia personal, porque te deja sin objeto en la vida, te niega toda posibilidad de ir hacia adelante, te paraliza.

-¿Cómo es la realidad para ti? ¿Es un impedimento, algo a lo que te resignaste, con lo que tienes que vivir, o termina por serte muy agresiva?

-Es un impedimento que no nos permite lograr aquello que deseábamos. Y sin embargo, uno aprende a manejar más o menos la realidad, y entonces te deja en paz. Pude temerle alguna vez a las multitudes, al acoso de los objetos, a la sensación de invalidez en que uno se mueve regularmente, pero uno lo va superando.

-¿Cuál es la respuesta de nuestros intelectuales a la violencia que nos rodea?

-Yo en lo personal, no tengo ninguna, lo que tengo es una mera reflexión que hice fundamentalmente para mí mismo, para responderme a la pregunta: ¿Qué es lo que está pasando? Mira, en el rancho venezolano se ha criado al único personaje de ficción, que se sale de esa realidad, que es el malandro. El malandro es único en su conducta, modo de pensar, lenguaje, manera de hablar, forma de vestirse, ademanes, códigos morales, éticos. Es una especie de play boy que viste ropa barata, que vive en un rancho. Pero en ese rancho, él es el dueño, es la autoridad, es el galán fundamental, el padrote. Es el campeón. El impone la ley. La gente se le inclina, le teme, pero a la vez lo admira, porque de todos ellos, él es el que ha sobresalido, el que maneja y el que tiene dinero. Roba o mata cuando es necesario o cuando quiere hacerlo, pero sabe que no va a vivir más de treinta años, lo sabe desde niño. Y no vivirá más que eso, porque él no se puede retirar, como lo hacen los médicos, que cuando se retiran se dedican a hacer bonsai en su casa. Él no puede retirarse porque no puede entrar de obrero en una fábrica: ese sería el mayor de los fracasos, y él no está preparado para ello. Él no sabe ser sumiso, no sabe obedecer, no es un asalariado. Él es un hombre que ha tenido la ley en su mano, el poder en su mano. A los treinta años muere asesinado, él mismo se arroja contra las balas de la policía, porque piensa: “Me llegó mi tiempo”. Es un personaje trágico, terrible. Y hace falta en nuestro país un gran novelista, un gran dramaturgo que lo convierta en obra de arte, porque allí están los elementos fundamentales de una obra de arte que le daría a Venezuela un sitio, una voz propia. La conducta de los latinos pobres, del malandraje latino, es tal, que todos se parecen. Pero el de Venezuela no, él se diferencia -aunque por momentos se asemeja a un habitante de favela de Río de Janeiro-, porque el malandro está expuesto a la ciudad, porque vive en el aire, suspendido sobre la ciudad. El malandro siempre nos está viendo desde arriba. Él sabe que abajo está su muerte.

-¿Esa conciencia de lo efímero de la existencia es la que le otorga ese carácter tan poético?

-Sí, es un hecho poético, entre otras cosas porque él mismo hace su edad. A los diez años, él se declara adulto, y empieza a vivir como un adulto. Se pone un arma en el cinto y sale a matar. Así es respetado y temido, como un adulto, por eso no se extraña mucho de que la muerte lo aguarde a los treinta años. Es un tema intocado en la literatura, porque hasta ahora la marginalidad permanece virgen para el escritor, porque el escritor ve al barrio con los ojos de la clase media: lo compadece. Compadece a los pobres que sufren esa miseria, quisiera hacer algo por ellos, salvar unas cuantas almas, pero no entiende nada de lo que pasa allá adentro. Ver lo que sucede allí un domingo, por ejemplo, que es un día de hervidero de vitalidad y de entusiasmo y hasta de alegría de vivir: hay mil aparatos de sonido puestos a todo volumen y al mismo tiempo. La gente todo lo hace en la calle, porque dentro de las casas no caben. Las fiestecitas, bautizos, matrimonios o entierros, todo se hace en la calle y todo el mundo participa de la celebración, lo contrario de las urbanizaciones grandes del Este de Caracas, donde las calles son absolutamente vacías y silenciosas, donde todo ocurre del lado de adentro. Pueden desarrollarse tremendas orgías de las rejas hacia adentro, pero con la salvedad de que nadie lo sabrá nunca. Por otra parte, el escritor no es un denunciante, como tampoco es cartero, como decía Borges, porque no lleva ni trae mensajes. El escritor habla desde sí mismo, busca su propia salvación, si es que existe…

-¿Tú crees que la muerte de Dios, en el sentido de pérdida de la esperanza, será el mal de nuestro siglo, como profetizó Nietzsche?

-Sí, yo creo que vamos a perder toda ilusión en una posible salvación por el espíritu, en un posible más allá, en un posible premio a las buenas acciones, en un posible tribunal superior que nos juzgue a todos, que nos premie o castigue. Eso en la práctica se acabó, se terminó, es una invención que dejó de funcionar, porque en dos mil años, nadie pudo aportar pruebas materiales de que se había salvado. Se sigue sosteniendo porque es una manera de seguir andando sin complicaciones. Realmente, ya nadie aspira a la salvación.

-Entonces, ¿no queda ni siquiera la esperanza del portarse bien?

-Habría que ver primero qué es el portarse bien o qué es el portarse mal.

-Supongo que portarse bien es no hacer daño a los demás…

-Sí, también es no hacerse daño a sí mismo, pero estamos en una sociedad que no es más que una guerra, en la que hay que pelear y defenderse. También te puedes ir al desierto, o quedarte encerrado en una cabaña. Allí ni haces daño, ni te lastiman.

-¿Crees en Dios?

-¿Cómo se puede responder a eso? ¿Cómo puede uno creer en Dios? Primero habría que saber qué es Dios, para después saber si creo o no creo… Dios es una razón que domina el Universo y tiene un plan para nosotros, al menos eso es lo que nos han dicho. En lo personal, prefiero al paganismo griego, por eso de que uno puede elegir al dios que más le guste, pero al final te diría que creo en Dios, porque Dios no existe. Si hubiera manera de probar que Dios existe, empezaría a dudar de él, porque yo dudo de todo lo que existe.

-¿Tiene espíritu religioso o místico?

-Religioso sí, místico no. Religioso, puesto que desprecio a la realidad. Para mí no tiene ningún valor, pero ninguna religión me convence.

-¿A quién lees continuamente?

-Cada vez que puedo, releo a Cervantes. Y no sólo al Quijote, pero especialmente al Quijote. Antes lo leía casi todos los días, ahora no tanto. Y ya sin orden, cualquier capítulo, lo abro al azar. Es un experimento que casi siempre resulta, porque te vas a tropezar con algo que pareciera que te está esperando, y que a lo mejor le pasaste un poco por encima cuando leíste el libro. Aparece de pronto una página, un pasaje, una frase, es subyugante.

-¿Cuál es el escritor que consideras como entrañable?

-Julio Verne, La isla misteriosa, que fue el primer libro grande que leí.

-¿El escritor que tiene oído musical escribe mejor que el que no lo tiene, por ese sentido de la cadencia y del ritmo?

-La prosa y la poesía tienen un sonido, la escritura tiene un sonido, tiene que ver con la musicalidad y los acordes de la palabra.

-¿Tú crees que nos ayuda en eso nuestra lengua castellana?

-Para el canto no, para la escritura, sí, porque a pesar de que es un idioma rústico, posee una gran belleza… Y es rústico porque la obra máxima del castellano, el Quijote, es una novela de personajes rústicos, de campesinos ignorantes y brutos, menos el propio Quijote, que es el que tiene una cierta cultura. Esta es una propiedad del castellano, aproximarse a la rusticidad, al elemento material, terreno. En el castellano sientes el terrón de tierra, la grieta… porque Castilla es una tierra seca y árida, estéril, castigada por soles y nieves. Y el idioma que sale de allí es igualmente un idioma duro, está carcomido en su interior por la sequía.

-¿Pero no te parece un idioma musical?

-Para cantar no es, no creo que lo sea, porque no es un idioma flexible, las palabras no aliteran, no es como el inglés, que permite tejer una palabra con otra. Si no hubiese sido por Rubén Darío, que se atrevió a aliterar en castellano, en fin, pero, mira, mejor seguimos conversando en el Metro.

Domingo, 18 de Julio de 2021/ Entrevista #17

No olvides dejar tu like y seguir nuestra fanpage aquí. Si deseas ser parte de El Semáforo envía un artículo a elsemaforoquilpue@gmail.com y no olvides leer esto:

El gran Jaime Escalante

 

Comentarios de Face