“En el desierto no hay atascos” cuento completo

Mi nombre es Mousa Ag Assarid, el mayor de trece hermanos de una familia nómada de tuareg. No sé mi edad: nací en el desierto del Sahara. ¡No tengo papales! He sido pastor de los camellos, cabras, corderos y vacas de mi padre.

Usamos turbantes: permite taparnos la cara en el desierto cuando se levanta la arena, y a la vez seguir viendo y respirando.

A los tuareg nos llamaban los hombres azules, por el color del turbante: la tela destiñe algo y nuestra piel toma tintes azulados. El azul, para los tuareg, es el color del mundo, porque es el color domimante: el del cielo, el techo de nuestra casa.

Tuareg significa “abandonados” porque somos un viejo pueblo nómada del desierto, solitario, orgulloso: Señores del desierto, nos llaman. Nuestra etnia es la amazigh, y nueatro alfabeto el tifinagh.

Pastoreamos rebaños de cabras, camellos, corderos, vacas y asnos en un reino infinito y de silencio. Si estás a solas en aquel silencio, oyes el latido de tu propio corazón. No hay mejor lugar de hallarse a uno mismo. 

Recuerdo con la mayor nítidez recuerdos de mi niñez. Me despierto con el sol. Ahí están las cabras de mi padre. Ellas nos dan leche y carne, nosotros la llevamos en donde hay hierba y agua. Así hizo mi bisabuelo, y mi abuelo, y mi padre y así hice yo. No sabía otra cosa más en el mundo que eso, y yo era muy feliz en él.

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A los siete años ya te dejan alejarte del campamento y te enseñan las cosas importantes: a olisquear el aire, a escuchar, a aguzar la vista, a orientarte por el sol y las estrellas, y a dejarte llevar por el camello: si te pierdes, te llevará a donde hay agua. Saber eso es muy valioso, sin duda.

Allí todo es simple y profundo. Hay muy pocas cosas, y cada una tiene un enorme valor.

Allí, cada pequeña cosa proporciona felicidad. Cada roce es valioso. Sentimos una enorme alegría por el hecho de tocarnos, de estar juntos. Allí, nadie sueña con llegar a ser, ¡porque cada uno ya es! Qué diferente es Europa.

Cuando llegué a estudiar Gestión, por haber logrado una beca para estudiar en Francia, vi correr a la gente por el aereopuerto. En el desierto se corre si viene una tormenta de arena. Me asusté, claro. Sólo iban a buscar las maletas. Sí, era eso.

También vi carteles de chicas desnudas: por qué esa falta de respeto hacia la mujer, me pregunté. Después, en el Hotel Ibis, vi el primer grifo de mi vida: vi correr el agua y sentí ganas de llorar. Qué abundancia, qué derroche.

Todos los días de mi vida habían consistido en buscar agua, y cuando vi las fuentes de adorno aquí y allá, sentí por dentro un dolor inmenso; recordé las sequías del desierto, los animales que caían enfermos y luego morían.

¡Ah! Lo que más añoro aquí es la leche de camella. Y el fuego de leña. Y caminar descalzo sobre la arena cálida.

Y las estrellas: allí las miramos cada noche, y cada estrella es distinta de otra, como es distinta cada cabra. En cambio, aquí, por la noche miras la tele.

Tienes de todo, pero no basta. Te quejas.

En Francia se pasan la vida quejándose. Te encadenas de por vida a un banco, y hay ansias de poseer, frenesí, prisa.

En el desierto no hay atascos, porque allí nadie quiere adelantar a nadie, tenemos momentos mágicos: entramos todos a una tienda y hervimos té. Sentados, en silencio, escuchamos el hervor. La calma nos invade a todos: los latidos del corazón se acompasan al pot-pot del hervor. Qué paz.

¡Aquí tienes el reloj, allí tenemos tiempo!

FIN

Sobre Mousa Ag Assarid

Escritor. Nació en el norte de Malí en 1975 siendo el mayor de trece hermanos, perteneciendo a una tribu nomade llamada tuareg, pero que en 1999 viajó a Francia para estudiar en donde quedó impactado por el cambio cultural que experimentó. Su estilo literario es formidable.

Miércoles, 21 de Agosto de 2024

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