La Fuga del Paralítico

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Primera columna de opinión del escritor iquiqueño Cristián Mora Valenzuela.

Hace unos días, mientras almorzaba acompañado de mi perro Caramelo, un amigo desde Chile, pregunta por el real motivo de mi autoexilio en Argentina. No me costó mucho trabajo responder: el hastío.

Hastío generalizado, crónico y con Metástasis, porque fueron años de porfía, años de ser un testarudo soñador, pero como todo sueño, el alba llegó para despertarme abruptamente.

Ser artista en Chile, es  un suicidio existencial y social. Vivir en una cultura que ve en el arte, una mera entretención, un hobbie temporal, donde el creador “debe” (Chile, país del “deber”) regalar sus productos (de lo contrario, se nos acusa de fachos e hijos del modelo económico), lidiar con peticiones de constantes rebajas o rogar que asistan a nuestros eventos, terminó siendo intolerable.

En segundo lugar y bajo esta misma óptica, se integra una variable interviniente no menor; la politización del arte. Para alguien como yo, que suele pensar por sí mismo, sin dejarse manipular por ideologías, tendencias o politiquería, vivir de lleno la “dictadura partidista” en la cual está sumido el arte en Chile, significó una úlcera en el alma.

El no poder exponer, lanzar libros, montar obras e intentar llevar a cabo proyectos sociales gratuitos (talleres literarios para niños y adolescentes), por el simple hecho de no partidar bajo “cierto” color político o carecer de amiguismos en el olimpo, fue asesinando toda motivación para continuar trabajando en la educación y expansión de consciencia.

Desde mi punto de vista, en el momento en que tan bella disciplina se mezcla con la política, se ensucia, se sesga, pierde brillo, se castra del sentido crítico objetivo, termina siendo un Scort de la élite y el postre del dinero mal habido.

Esto último, vuelve al desempeño rabioso, resentido, cancerígeno, monotemático, pobre, pedestre y dictador (no se acepta nada que no circule en la dinámica dominante).

Habiendo miles de cosas por las cuales escribir, pintar, componer, construir, el artista chilensis prefiere llevarlo al polo más denigrante de la existencia humana: la política.

En tercer lugar, la desintegración social me estresó de sobremanera. Comencé a ver con lástima el proceso de dormirse, de cegarse en las ideologías extremas, el enojo, la ira, el descontento y sí, está bien, tenemos todo el derecho a molestarnos y hacer saber la insatisfacción, pero, conociendo a la perfección nuestra impulsividad como cultura, nos hicieron creer que la destrucción es el único método válido, sin embargo, históricamente la violencia solo trae más violencia, rara vez conlleva avances significativos y en eso, Chile ha sacado cátedra con distinción.

Basta una breve revisión bibliográfica, para comprobar la eficacia de la paz por sobre la agresión en cuestión de protestas (La Marcha de la Sal, India, 12 de marzo al 6 de abril de 1930, Mujeres de Liberia por la Paz, Liberia, 2003, Las sufragistas, Estados Unidos, 20 de junio de 1917, etc.).

Fuimos perdiendo la capacidad de reflexionar, pensar y procesar. Nos fuimos convirtiendo en acción-reacción, sin dar espacio al manojo de elementos existentes entre dichos conceptos, dejamos en fuga la capacidad de poner sobre la mesa lo que tenemos, examinar lo bueno, mejorarlo, avanzar, desechar lo tóxico y suplirlo de esperanza.

Como sociedad, caímos en el juego de la clase política, del circo que envuelve el palabrerío psicopático, porque claro, la élite (derecha e izquierda), mientras bebe café sacándose selfies, revisando acciones de sus empresas en conjunto o regocijándose en las estadísticas que confirman procesos al mando del país, lanzan escuálidos huesos a los perros, con el objetivo de hacerlos pelear o entretenerlos mientras preparan la trampa que más tarde gangrenará sus patas; divide y reinarás.

Chile se comió los cuentos, los eufemismos, las ideologías de humo (de sus ídolos de barro), perdiendo su identidad, su fuerza, la capacidad de verse unos con otros y construir. Lamentablemente, nos transformamos en auto agresores, en espías del vecino, en sabuesos del error pequeño, etc.

Nunca despertamos, al contrario, nos dormimos más, nos hundimos en la ceguera, mutamos al quiltro fiel, que aunque siendo apaleado por años, sigue moviendo la cola al agresor ¿Por qué? Porque este, muy de vez en cuando, entrega sobras calientitas para llenar la panza.

No puedo sentirme cómodo en una sociedad auto destructiva, odiante, al rojo vivo e incapaz de asumir responsabilidades ¿Asumir responsabilidades? Sí, asumir responsabilidades, porque está de moda la inmediatez y culpar, como mantra budista, a terceros de nuestras desgracias.

Pero ¿Qué tan responsables somos de tener la clase política que tenemos? ¿Qué tanto hacemos por investigar, leer, buscar información del candidato de moda? ¿Acaso no nos compran con populismo, un choripán con cola-cola o promesas de bonos? ¿Acaso no somos dueños de los efectos de nuestras decisiones? ¿Qué tanto hacemos por los demás? ¿Somos capaces de hermanarnos con quien piensa distinto, viendo la esencia de este más que el ego? ¿Acaso no insultamos, con el anonimato que nos da las redes sociales, a todo quién no nos dé en el gusto ideológico?

La responsabilidad fundamental de ser mejor sociedad, está en nuestras manos, en el día a día, en lo pequeño, porque si exigimos cambios hacia arriba, debemos ser capaces de, como dijo Buda, enseñar con el ejemplo, ya que este es la mejor educación, para así, con ética, con consciencia y manos limpias, presionar al macro nivel.

Desde mi visión como Psicólogo, tengo certeza, que como toda crisis, lo que está ocurriendo, es fundamental para el real despertar, porque lo que hemos vivido hasta ahora, es sólo psicodrama, catarsis y vómito emocional, lo restaurador, vendrá con el tiempo o la motivación de un rearmado estructural.

A la distancia de un café con medialunas, esperare que mi país vuelva a la homeostasis social, mental y emocional, porque por dios que extraño ver aquellas particulares características (humor, la “tralla” a flor de labios, la unión y la esperanza después de cada catástrofe) que el odio ha enterrado.

Cristian Mora Valenzuela

Psicólogo y Escritor: Pueden seguirlo en su facebook.

Martes, 1 de julio de 2020

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