El amor, ¡ay! el amor…. no hay sentimiento más traicionero que el amor. Nos vuelve torpes un poco irracionales, nos ciega de los defectos, nos hace hacer locuras.
Nos envenena lentamente y ni siquiera nos damos cuenta. Ese sentimiento que nos hace sentir en las nubes para luego aventurarnos contra el frio suelo.
Todos llegamos a sentirnos así, pero pocos nos imaginamos que ese dolor es el origen de cientos de paisajes.
Mucho tiempo atrás, existía una joven de nombre Ama Wara. Era una jovencita de rasgos finos y gentiles. Sus ojos eran de un azul casi blanco, su piel era morena y su cabello era negro, siempre se lo amarraba en una coleta que le llegaba hasta el final de su espalda.
La apodaban la hija de la luna, ya que siempre la encontraban observando el cielo nocturno hasta que el sol saliera. Esto no era coincidencia, ella se quedaba viendo a la luna ya que no solo era su más grande confidente, sino que también su amor imposible.
Ama Wara juraba que la luna era un joven hombre, el cual la contemplaba con la misma pasión que elle a él.
Había caído enamorada desde la primera vez que sus ojos lo encontraron y más de una vez había llorado a sus pies lamentando su distancia.
Una noche mientras sus lágrimas caían al frío suelo, una calidez envolvió su pequeño cuerpo.
-Oh mi bella Ama Wara, cuanto daría para poder ser la mano que limpie tus lágrimas. Lamento cada segundo que no estoy a tu lado, pero tristemente nunca podré llegar a ti.
-¿Por qué, la vida es tan injusta? – soltó con melancolía la joven – Si tan solo pudiera llegar más alto.
La pequeña joven se levantó en puntitas para alcanzarlo, pero no fue suficiente.
No podía rendirse tan rápido, sin pensarlo dos veces empezó a agarrar piedras y las amontonó para subir en ellas y llegar un poco más alto. Todos sus intentos resultaron en fracasos sin embargo no parecía querer detenerse.
Pasaron los días y ella seguía creando diversas torres de tierra, unas más grandes que otras. Cuando se le acababa el material rasgaba la tierra y hacia pozos de metros y metros de profundidad. Sus manos temblaban de sin querer haber creado un laberinto, tenía ojeras de poco dormir, pero poco le importaba, ella solo quería encontrar a su amor. Un año pasó y ella seguía ahí intentando cumplir su sueño.
Había logrado, después de mucho, crear una torre lo suficientemente grande. subió hasta la cima y se dispuso a besar a su amado. A pocos centímetros de él, una lágrima se le escapó y cayó en la torre, solo eso bastó para que colapsara junto a ella.
La torre se dividía en mil pedazos y junto a Ama Wara caían cientos de metros. La joven no tuvo ni tiempo de reaccionar solo podía ver como su amado se escapaba de sus manos.
El tiempo se detuvo para ella, la caída parecía infinita, con una voz quebrada solo pudo pronunciar “te amo” para que así su amado la escuchara. Cayo entre los brazos de la muerte, que conmovida por su amor le permitió permanecer vagando en el laberinto que ella misma había creado, al menos así podría seguir viendo al amor de su vida.
A pesar de que Ama Wara había muerto, su amor y dolor nos habían entregado un paisaje rocoso y misterioso, lleno de sentimiento que formaron esas torres de piedras. Según cuentan, ella sigue ahí intentando llegar a su amado.
FIN
Sobre la autora:
Agatha siempre estuvo en el medio del arte. Actúa desde los cuatro años y desde ese momento trató de contar sus propios relatos, que era lo que más le gustaba. Pasó clases de cine para niños y desde entonces dibujaba sus propios guiones o los filmaba con playmobil en stop- motion. Con el tiempo, se profundiza su amor por contar historias, y descubre en la escritura y el dibujo una pasión que le permite crear y recrear mundos. Ahora, con quince años, mientras arma detalles de un mundo inventado, escribe también relatos más cortos.
Sábado, 06 de Agosto de 2022
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