La poesía de Teresa Wilms Montt
María Teresa de las Mercedes Wilms Montt (1893-1921) fue una poeta viñamarina quien nació bajo el seno de una familia adinerada y políticamente influyente de inicios del S.XX, padeciendo el estricto rigor educacional de la época cuyo propósito final era emparejarla con alguien importante.
Fue así que conoció en una fiesta, organizada por su padre, a un directo familiar del ex Presidente José Manuel Balmaceda, Gustavo Balmaceda Valdés, con quien se casaría tiempo después (en contra de su voluntad) con tan solo diecisiete años de edad.
Aquel anterior hecho desencadenaría el inicio del trágico final de la errante poeta que se autodenominaría “Tebac”, ya que padeció las consecuencias de estar con un hombre violento, alcohólico y celoso, según se ha dicho hasta ahora, como también sufrir por la soledad a la que fue sometida (por su esposo y familia paterna) sin olvidar a los reiterados y obligatorios cambios de lugares de residencia en distintas regiones del país que su marido obligó a realizar.
Sin embargo, aprovechó de cierta manera los cambios de aires para conocer a grandes escritores de la época, incursionar en medios de comunicación y artísticos como vincularse con ideas feministas y anarquistas, que constituyeron nuevos ideales en ella que para nada encantaron a su esposo como familiares, quienes la obligaría a regresar a Santiago para ser recluida en el “Convento de la Preciosa Sangre”, lejos de sus hijas Silvia y Elisa.
En 1916 se cuenta que intentó suicidarse en el convento, pero de alguna manera logró escapar hacia Buenos Aires (gracias a la ayuda de Vicente Huidobro, según la historia) en donde también volvió a incursionar en la escritura para después viajar hasta París en donde vuelve a reencontrarse con sus hijas hasta que es apartada de ellas por su esposo provocando en Teresa la fatal decisión de acabar con su vida, algo que ocurrió el 24 de diciembre de 1921 cuando una fuerte dosis de veronal logró apartarla de este mundo.
A pesar del trágico destino de esta gran poeta, ella nos legó una obra que ha perdurado a través del paso del tiempo que no nos ha permitido olvidarla, a pesar que no ha recibido todo el reconocimiento que merece en el aspecto cultural, pero que en esta oportunidad deseamos rendir un homenaje compartiendo unos cuantos poemas de Tebac de alma inquieta, perturbada, contestadora y fatalista.
“Autodefinición”
Soy Teresa Wilms Montt
y aunque nací cien años antes que tú,
mi vida no fue tan distinta a la tuya.
Yo también tuve el privilegio de ser mujer.
Es difícil ser mujer en este mundo.
Tú lo sabes mejor que nadie.
Viví intensamente cada respiro y cada instante de mi vida.
Destilé mujer.
Trataron de reprimirme, pero no pudieron conmigo.
Cuando me dieron la espalda, yo di la cara.
Cuando me dejaron sola, di compañía.
Cuando quisieron matarme, di vida.
Cuando quisieron encerrarme, busqué libertad.
Cuando me amaban sin amor, yo di más amor.
Cuando trataron de callarme, grité.
Cuando me golpearon, contesté.
Fui crucificada, muerta y sepultada,
por mi familia y la sociedad.
Nací cien años antes que tú
sin embargo te veo igual a mí.
Soy Teresa Wilms Montt,
y no soy apta para señoritas.
“Alta mar”
De tanta angustia que me roe, guardo un silencio que se unifica a la entraña del océano.
En la noche cuando los hombres duermen, mis ojos haciendo tríptico con el farol del palo mayor, velan con el fervor de un lampadario ante la inmensidad del universo.
El austro sopla trayendo a los muertos cuyas sombras húmedas de sal acarician mi cabellera desordenada.
Agonizando vivo y el mar está a mis pies y el firmamento coronando mis sienes.
“Belzebuth”
Mi alma, celeste columna de humo, se eleva hacia
la bóveda azul.
Levantados en imploración mis brazos, forman la puerta
de alabastro de un templo.
Mis ojos extáticos, fijos en el misterio, son dos lámparas
de zafiro en cuyo fondo arde el amor divino.
Una sombra pasa eclipsando mi oración, es una sombra
de oro empenachado de llamas alocadas.
Sombra hermosa que sonríe oblicua, acariciando los sedosos
bucles de larga cabellera luminosa.
Es una sombra que mira con un mirar de abismo,
en cuyo borde se abren flores rojas de pecado.
Se llama Belzebuth, me lo ha susurrado en la cavidad
de la oreja, produciéndome calor y frío.
Se han helado mis labios.
Mi corazón se ha vuelto rojo de rubí y un ardor de fragua
me quema el pecho.
Belzebuth. Ha pasado Belzebuth, desviando mi oración
azul hacia la negrura aterciopelada de su alma rebelde.
Los pilares de mis brazos se han vuelto humanos, pierden
su forma vertical, extendiéndose con temblores de pasión.
Las lámparas de mis ojos destellan fulgores verdes encendidos
de amor, culpables y queriendo ofrecerse a Dios; siguen
ansiosos la sombra de oro envuelta en el torbellino refulgente
de fuego eterno.
Belzebuth, arcángel del mal, por qué turbar el alma
que se torna a Dios, el alma que había olvidado las fantásticas
bellezas del pecado original.
Belzebuth, mi novio, mi perdición…
“Se ahogó mi risa en el espejo”
Largo crujido siniestro lanzó a la noche el cristal de plata.
Una, dos… calló la hora, metal frío de planeta en la rigidez del páramo.
Epiléptica de calentura la luna se dio a los balcones.
Y el cadáver de mi risa es una esmeralda blanca que al deshacerse vuelve en la superficieargollas y cruces.
Viernes, 15 de Octubre de 2021
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