A propósito de Enrique Lihn

Mucho se habló esta semana del poeta nacional Enrique Lihn cuando el Presidente Electo, Gabriel Boric, lo citó en plena Enade algo que enorgulleció a los votantes del joven presidenciable magallánico.

Enrique Lihn (1929-1998) fue un escritor, poeta, crítico literario y dibujante metropolitano que gozó de fama literaria y también obtuvo diversos galardones tales como el Premio Municipal de Literatura de Santiago (en dos ocasiones) entre los más destacados, aunque muchos concuerdan que el Nacional de Literatura fue algo que mereció obtener antes de morir producto de un cáncer.

Como anticipamos al inicio, hizo eco su nombre en las noticias y rrss a raíz de una lectura de su poesía por parte de Boric quien versó ante los empresarios del país “Cementerio de Punta Arenas” y ahora no sólo recorderamos aquellos versos, sino otros también.

“La pieza oscura”

La mixtura del aire en la pieza oscura, como si el cielorraso hubiera amenazado

una vaga llovizna sangrienta.

De ese licor inhalamos, la nariz sucia, símbolo de inocencia y de precocidad

juntos para reanudar nuestra lucha en secreto, por no sabiamos no ignorábamos qué causa;

juegos de manos y de pies, dos veces villanos, pero igualmente dulces

que una primera pérdida de sangre vengada a dientes y uñas o, para una muchacha

dulces como una primera efusión de su sangre.

Y así empezó a girar la vieja rueda -símbolo de la vida- la rueda que se atasca como si no volara,

entre una y otra generación, en un abrir de ojos brillantes y un cerrar de ojos opacos

con un imperceptible sonido musgoso.

Centrándose en su eje, a imitación de los niños que rodábamos de dos en dos, con las orejas rojas

-símbolos del pudor que saborea su ofensa- rabiosamente tiernos, la rueda dio unas vueltas en falso como en una edad anterior a la invención de la rueda

en el sentido de las manecillas del reloj y en su contrasentido.

Por un momento reinó la confusión en el tiempo. Y yo mordí largamente en el cuello a mi prima Isabel,

en un abrir y cerrar del ojo del que todo lo ve, como en una edad anterior al pecado

pues simulábamos luchar en la creencia de que esto hacíamos; creencia rayana en la fe como el juego en la verdad

y los hechos se aventuraban apenas a desmentirnos

con las orejas rojas.

Dejamos de girar por el suelo, mi primo Angel vencedor de Paulina, mi hermana; yo de Isabel, envueltas ambas

ninfas en un capullo de frazadas que las hacía estornudar -olor a naftalina en la pelusa del fruto-.

Esas eran nuestras armas victoriosas y las suyas vencidas confundiendose unas con otras a modo de nidos como celdas, de celdas como abrazos, de abrazos como grillos en los pies y en las manos.

Dejamos de girar con una rara sensación de vergüenza, sin conseguir formularnos otro reproche

que el de haber postulado a un éxito tan fácil.

La rueda daba ya unas vueltas perfectas, como en la época de su aparición en el mito, como en su edad de madera recién carpintereada

con un ruido de canto de gorriones medievales;

el tiempo volaba en la buena dirección. Se lo podía oír avanzar hacia nosotros

mucho más rápido que el reloj del comedor cuyo tic-tac se enardecía por romper tanto silencio.

El tiempo volaba como para arrollarnos con un ruido de aguas espumosas más rápidas en la proximidad de la rueda del molino, con alas de gorriones -símbolos del salvaje orden libre- con todo él por único objeto desbordante

y la vida -símbolo de la rueda- se adelantaba a pasar tempestuosamente haciendo girar la rueda a velocidad acelerada, como en una molienda de tiempo, tempestuosa.

Yo solté a mi cautiva y caí de rodillas, como si hubiera envejecido de golpe, presa de dulce, de empalagoso pánico

como si hubiera conocido, más allá del amor en la flor de su edad, la crueldad del corazón en el fruto del amor, la corrupción del fruto y luego… el carozo sangriento, afiebrado y seco.

¿Qué será de los niños que fuimos? Alguien se precipitó a encender la luz, más rápido que el pensamiento de las personas mayores.

Se nos buscaba ya en el interior de la casa, en las inmediaciones del molino: la pieza oscura como el claro de un bosque.

Pero siempre hubo tiempo para ganárselo a los sempiternos cazadores de niños. Cuando ellos entraron al comedor, allí estábamos los ángeles sentados a la mesa

ojeando nuestras revistas ilustradas -los hombres a un extremo, las mujeres al otro-

en un orden perfecto, anterior a la sangre.

En el contrasentido de las manecillas del reloj se desatascó la rueda antes de girar y ni siquiera nosotros pudimos encontrarnos a la vuelta del vértigo, cuando entramos en el tiempo

como en aguas mansas, serenamente veloces;

siempre, al igual que los restos de un mismo naufragio.

Pero una parte de mí no ha girado a compás de la rueda, a favor de la corriente.

Nada es bastante real para un fantasma. Soy en parte ese niño que cae de rodillas

dulcemente abrumado de imposibles presagios

y no he cumplido aún toda mi edad

ni llegaré a cumplirla como él

de una sola vez y para siempre.

Porque Escribí”

A Cristina y Angélica

Ahora que quizás, en un año de calma,

piense: la poesía me sirvió para esto:

no pude ser feliz, ello me fue negado,

pero escribí.

Escribí: fui la víctima

de la mendicidad y el orgullo mezclados

y ajusticié también a unos pocos lectores;

tendí la mano en puertas que nunca, nunca he visto;

una muchacha cayó, en otro mundo, a mis pies.

Pero escribí: tuve esta rara certeza,

la ilusión de tener el mundo entre las manos

—¡qué ilusión más perfecta! como un cristo barroco

con toda su crueldad innecesaria—

Escribí, mi escritura fue como la maleza

de flores ácimas pero flores en fin,

el pan de cada día de las tierras eriazas:

una caparazón de espinas y raíces

De la vida tomé todas estas palabras

como un niño oropel, guijarros junto al río:

las cosas de una magia, perfectamente inútiles

pero que siempre vuelven a renovar su encanto.

La especie de locura con que vuela un anciano

detrás de las palomas imitándolas

me fue dada en lugar de servir para algo.

Me condené escribiendo a que todos dudarán

de mi existencia real,

(días de mi escritura, solar del extranjero).

Todos los que sirvieron y los que fueron servidos

digo que pasarán porque escribí

y hacerlo significa trabajar con la muerte

codo a codo, robarle unos cuantos secretos.

En su origen el río es una veta de agua

—allí, por un momento, siquiera, en esa altura—

luego, al final, un mar que nadie ve

de los que están braceándose la vida.

Porque escribí fui un odio vergonzante,

pero el mar forma parte de mi escritura misma:

línea de la rompiente en que un verso se espuma

yo puedo reiterar la poesía.

Estuve enfermo, sin lugar a dudas

y no sólo de insomnio,

también de ideas fijas que me hicieron leer

con obscena atención a unos cuantos psicólogos,

pero escribí y el crimen fue menor,

lo pagué verso a verso hasta escribirlo,

porque de la palabra que se ajusta al abismo

surge un poco de oscura inteligencia

y a esa luz muchos monstruos no son ajusticiados.

Porque escribí no estuve en casa del verdugo

ni me dejé llevar por el amor a Dios

ni acepté que los hombres fueran dioses

ni me hice desear como escribiente

ni la pobreza me pareció atroz

ni el poder una cosa deseable

ni me lavé ni me ensucié las manos

ni fueron vírgenes mis mejores amigas

ni tuve como amigo a un fariseo

ni a pesar de la cólera

quise desbaratar a mi enemigo.

Pero escribí y me muero por mi cuenta,

porque escribí porque escribí estoy vivo.

Cementerio de Punta Arenas”

Ni aun la muerte pudo igualar a estos hombres

que dan su nombre en lápidas distintas

o lo gritan al viento del sol que se los borra:

otro poco de polvo para una nueva ráfaga.

Reina aquí, junto al mar que iguala al mármol,

entre esta doble fila de obsequiosos cipreses

la paz, pero una paz que lucha por trizarse,

romper en mil pedazos los pergaminos fúnebres

para asomar la cara de una antigua soberbia

y reírse del polvo.

Por construirse estaba esta ciudad cuando alzaron

sus hijos primogénitos otra ciudad desierta

y uno a uno ocuparon, a fondo, su lugar

como si aún pudieran disputárselo.

Cada uno en lo suyo para siempre, esperando,

tendidos los manteles, a sus hijos y nietos.

Sábado, 15 de Enero de 2022

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