“Ecos del pasado” por Sergio Muñoz

A la hora que todos los gatos son negros y que surgen desde las entrañas de la oscuridad con el fin de disfrutar un casual y romántico encuentro, su característico sigilo se desvaneció por completo cuando los cantos de guerra y dolorosos gemidos felinos alarmaron a un viejo conserje que batallaba por intentar no soñar lo que siempre anheló.

De pronto, sin que tuviera mucho tiempo para reaccionar, el perturbado rostro del nochero observó acercarse un desconocido vehículo cuyos focos altos molestaron la vista del conserje que ya no prestó atención a los gatos que siempre moredean por el lugar.  En un mecanizado reflejo, tras repetir millones de veces la misma acción, el nochero presionó el botón que permitió el acceso al condominio a un desconocido conductor que no fue ni siquiera capaz de bajar la ventanilla del lado del copiloto para saludar al conserje y de paso identificarse para dejar tranquilo al nochero que para sí mismo se dijo “la cagué” por dejarlo pasar sin haber preguntado quién era.

La persona que ingresó al condominio para encontrar refugio a lo que alguna vez llamó hogar fue María Paz, destacada y muy experimentada médica cirujana que además es propietaria de un departamento. Pero, ningún residente la reconocería tras verla en el deplorable estado en el que llegó. Es como si un demonio hubiera devorado toda su alma y escupido los restos de alguien que ya no volverá a ser la misma persona por el resto de su desafortunada existencia.

Una vez que María Paz se amparó en el interior de su departamento se dirigió hasta donde guardaba toda clase de botellas para beber. Del pequeño botellero observó una carísima botella de pisco, reposado por muchísimos en un fino roble y bajo una absoluta oscuridad. La vieja médica cirujana compró la botella con la intención de abrirla en un momento especial.  Empero, olvidó ese deseo y escogió el pisco, lo destapó y bebió desde la boca de la botella el embriagador contenido que no sólo quemó sus labios o garganta, sino también consumió un poco la desesperante y violenta sensación que le hizo pensar que su pecho se desgarraría en cualquier momento.

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María Paz no tardó en padecer los efectos del alcohol. De hecho, eso evocó el recuerdo del primer hombre que ella amó, Edelberto. Aquel ex amor que conoció en el humilde barrio en el que crecieron juntos, mientras aún estudiaba en el liceo soñando que llegaría a ser doctora. Edelberto se comprometió ver a su amada y novia convertirse en lo que deseaba. Se esmeró para que nada le faltara a lo largo de sus estudios secundarios. Con mucho esfuerzo y el apoyo de todos, María Paz logró cumplir su deseo e ingresó a la carrera de medicina que alegró a la joven pareja que se prometieron un montón de cursirerias, sin embargo, la relación entre ellos dos cambió cuando María Paz empezó a frecuentar a otras personas, vivir nuevas experiencias y se dejó influenciar por los consejos de su madre y de personas que se desvanecieron por completo de la vida de la mujer, que le recomendaron terminar con aquel hombre que ni estudios secundarios concluyó. La entonces estudiante de medicina, a través de una fría e indolente carta, que no entregó en persona sino su madre para facilitarle el trabajo, terminó con Edelberto que siempre creyó que alguien embrujó a la mujer que más amó y que era culpable del vil acto de María Paz.

El citófono sonó horripilante e interrumpió los recuerdos de la mujer que intentó ponerse de pie para contestarlo. También provocó el enfado de la doctora que casi cayó, con botella en mano, del asiento en donde se encontraba bebiendo. El estridente llamado continuó y la mujer hizo un esfuerzo descomunal para responder lo que su trastornada mente reiteraba y que no sería del agrado del conserje que sólo hacia su trabajo para avisar los ruidos molestos que ella estaba causando.

María Paz logró ponerse de pie después de algunos intentos fallidos, pero en su  marcha para silenciar el irritante aparato chocó con los muebles. En algunas ocasiones se disculpó por las molestias que estaba causando y en otras insultó a esos malditos imprudentes que se cruzaban en su camino. Sin embargo, la doctora no se había dado cuenta que el fastidioso citófono había dejado de sonar. El silencio reinó en el lugar como era de costumbre desde que su ex esposo e hija decidieron abandonarla desde hace mucho tiempo atrás.

María Paz con la mirada perdida sólo encontraba apoyo en la pared que sostuvo los débiles cimientos siniestrados de un ser que en cada paso que brindó dentro de la oscuridad que la albergó. La incertidumbre y el miedo en ella crecieron al no reconocer a esa extraña persona que sonreía en las distintas imágenes de aquellos lejanos días felices que ya no regresaran y que cuelgan empolvándose de absoluta soledad. Apenas la doctora lograba arrastrarse hacia un incierto destino como el caracol que avanza sobre la tierra en un caluroso día de verano, balbuceando el nombre de Edelberto que resonaba con mucha intensidad en su ebrio corazón.

Aferrada a una botella de pisco a medio consumir que no soltó por nada del mundo, los recuerdos de la médica cirujana aparecían uno tras otro, sin orden aparente ni lógica alguna. Revivió el momento en el que conoció a su ex esposo y padre de su única hija, donde ella creyó que la vida le brindó una nueva chance para ser feliz, no obstante, el fantasma de Edelberto siempre penó a su alma, desde el momento en que se enteró por su madre, meses antes de egresar, que Edelberto se casó y esperaba a su primer bebé, la sola idea de imaginárselo feliz al lado de otra mujer que no fuera ella la persiguió sin importar el lugar del mundo al que fuese.

Por eso pensó que si trabajaba con toda su dedicación y esfuerzo podría evitar olvidar la herida que no lograba cicatrizar. María Paz se convirtió en una gran profesional, admirada por sus colegas y querida por sus pacientes, obtuvo diversos reconocimientos, viajó por el mundo e impartió clases para compartir sus conocimientos. En algún momento de la vida ella creyó haber acabado con su fantasma. Sin embargo, de un momento a otro, la vida detuvo la tregua y los intereses que cobró fueron elevados.

De alguna manera, mientras otra vez el silencio de su hogar era violentado por ese infernal artefacto, sorteó toda clase de dificultades y logró llegar hasta su desarmada cama en donde ya no la molestarían y bebió hasta la última gota de alcohol de la carísima botella que arrojó vehemente después hacia cualquier parte.

Antes de entregarse a un profundo sueño, su mente la regresó a ese fatídico momento que sufrió algunas horas atrás en el hospital. De emergencia llegó un paciente en riesgo vital. María Paz estuvo a cargo de la delicada cirugía y ella batalló por mantener con vida al paciente, pero el hombre no soportó las graves lesiones producidas por el accidente vehicular que provocó un imprudente conductor y murió. La médica cirujana quedo destrozada al no ser capaz de salvarlo y quedo aún peor cuando supo que el desafortunado sujeto que feneció en su quirófano era Edelberto, el primer amor de su vida y que después de más de treinta años sus caminos se volvieron a encontrar, aunque no de la manera que ella a lo largo de muchos años imaginó.

-Dedicado a la memoria de mi padre, Sergio Muñoz, “El Parrita”-

FIN

Sergio Muñoz es escritor y publicó en 2022 “Entre el Cenit y el Abismo. Y otras ficciones”. A partir de ahora y en cada fin de mes, él se comprometió a escribir un cuento con el único fin de entretener a sus lectores y ejercitar su pluma. Puedes seguirlo a través de su cuenta de Instagram y Facebook.

Jueves, 30 de Mayo de 2024/ Cuento #16

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