“El Pescador” por Sergio Muñoz

A un costado de la caleta de pescadores, se estacionaba un viejo cacharro que en sus días de gloria despertaba la envidia de muchos y de él descendía un señor ya muy canoso con cara de pocos amigos.

El senil hombre se dirigía hasta el maletero de su joyita del “59”, para tomar una caña de pescar, un deformado y castigado tarro, un pórtatil asiento y su fiel termo, que contenía en su interior un litro de cargado café bien negro, para luego ubicarse en un buen lugar frente al océano que contempla cada mañana hace ya muchos años, mientras la cuerda de su caña armoniza con las ondulaciones del agua y con aquellos recuerdos de mejores días.

Por otro lado, los pescadores de la caleta  que arriesgan sus vidas en la mar,  que amanecen antes que lo haga la misma alba y que se esmeran por capturar todo tipo de peces sin importar el frío, la lluvia y lo traicionero que puede ser el mar, siempre se preguntaban a qué carajo venía este loco cada mañana si nunca pescaba algo en todos estos años.

Por alguna razón, a ningún pescador se le ocurrió preguntar a este extraño hombre el motivo de eso, pero un joven y curioso mariscador, que dentro de un par de semanas se convertirá en padre por primera vez, se atrevió acercarse a este misterioso sujeto y así acabar de una buena vez por todas con tantas absurdas historias que se habían inventado de este señor en la caleta.

Tras un cordial saludo entre el señor y el joven de la caleta, el impaciente muchacho no tardó en preguntar al anciano, que se mantenía sentado y sujetando su vieja caña de pescar mientras observaba el sereno mar, para qué venía siempre si nunca atrapaba un pescado.

-“No capturo peces, sino motivos”-, dijo tajante el senil hombre  ante el asombro del joven mariscador que jamás imaginó esa respuesta y absortó después escuchó:

-“Hace muchos años murió mi mujer, el gran amor de mi vida, a quien hice feliz y también mucho daño. Mis hijos ya no me vienen a ver por propia voluntad, menos mis nietos. Vivo solo en una gran casa. Vacía. Sin vida. Sólo me quedan los recuerdos y las viejas fotografías. Después de terapias, charlas y todas esas tonteras un día encontré en el garage estas cosas que eran de mi difunta esposa. Siempre odié la carne de pescado y el mar, a diferencia de mi mujer que los amaba. Así que me siento aquí cada mañana, a veces por mucho rato o por poco tiempo, para pensar si vale la pena seguir viviendo un día más, mientras capturo motivos que nunca me regresaran a esos días felices”-.

Tras dicho esas palabras el joven mariscador no sabe qué responder o preguntar y su incomidad aumenta más cuando al mirar por casualidad nota que en el interior del machucado carro hay una pistola, que por el momento aguarda el día en que el viejo ya no encuentre más motivos para extender su existencia en este mundo, mientras el océano oscila calmo y majestuoso, en un eterno vaivén que nunca se sabe cuando va a estallar.

FIN.

“Dedicado a la memoria de mi difunta abuela materna, Marta Farías. Jamás olvidé el día que me enseñaste a lavar ropa a mano y tu sonrisa”.

Sergio Muñoz es escritor y publicó en 2022 “Entre el Cenit y el Abismo. Y otras ficciones”. A partir de ahora y en cada fin de mes, él se comprometió a escribir un cuento con el único fin de entretener a sus lectores y ejercitar su pluma. Puedes seguirlo a través de su cuenta de Instagram y Facebook.

 

Martes, 30 de Mayo de 2023/ Cuento #5

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