
Parecía buena idea seguir carreteando a las orillas del roquerío porteño para tres buenos amigos que no conformes con lo bebido, fumado y drogado en un departamento, caminaron hasta lo más cerca del mar para continuar con la fiesta.
Era una noche bastante oscura, silenciosa e íntima para esos tres sujetos que a través de fuertes carcajadas, incoherentes conversaciones y con el pulso acelerado, rompían la paz del lugar que ni las olas que reventaban en las rocas estaban dispuestas a perdonar.
Uno de los fiesteros necesitaba mear con urgencia, así que los otros dos amigos le exigieron que lo hiciera lejos de ellos porque temían que con la fuerte corriente de viento, a esa hora de la madrugada, la desagradable descarga de orina los alcanzara por el retorno que causaría la ventisca costera.
Fue así como partió ese alegre hombre que a duras penas lograba mantenerse de pie, tambaleándose de izquierda a derecha y viceversa, riéndose de alguna estupidez que su perturbada mente recordaba a medias y con la vejiga llena implorando evacuar todo su alcohólico contenido.
De pronto, desde algún recoveco de la oscuridad empezó a oír una armónica y encantadora canción que no pudo evitar ignorar. Comenzó a prestar más atención, con cada paso que daba, hasta reconocer una dulce y atractiva voz femenina. La lujuria lo invadió. La curiosidad hizo el resto.
Sin sentir miedo e ignorando su condición avanzó hechizado, cautivado por lo que escuchaba que lo alejaba de los amigos que se quedaron ya muy atrás, ocultos tras las rocas, riendo, bebiendo, drogándose y esperando que éste no se demorara más por mear.
El hombre sintió que su corazón escapaba de su pecho al contemplar a una joven mujer, sentada sobre las frías y espectras rocas del sitio que oponían una feroz resistencia a las embestidas de la siempre traicionera mar.
La belleza de la desconocida persona despertaba en él sus más bajos instintos. Impulsado por una vehemente sed sexual, contemplaba, ansioso, la semi desnudez de la chica que ofrecía para su vista un par de firmes, redondos y curvilíneos pechos, adornados en el centro de los senos por un par de elevadas areolas que destacaba por la oscuridad que desprendían a contraparte de su blanca tez. Los pezones no se quedaban atrás por su natural encanto y aumentaba el líbido de este hombre que ya anhelaba abalanzarse sobre la mujer en medio del helado nocturno porteño.
Ella, de lisa cabellera, tan larga como un épico poema y del color de la fría noche, ocultaba el rostro del desesperado hombre que seguía su sonámbulo tránsito sin parar de escuchar el maravilloso canto que lo acercaba más a un inesperado desenlace.
La misteriosa mujer seducía al ebrio hombre para que se acercara, invitándolo con algunos sútiles gestos de sus manos y acentuando la generosidad y el placer de su busto que cautivaría a cualquiera.
El drogado sujeto caminaba sobre el oscuro y resbaladizo roquerío mientras el mar se había puesto bravo. Entonces, él creyó que al fin se había acercado a la mujer, pero ella repentinamente desnudó el rostro, exhibió una maquiavélica sonrisa que acompañó al revelar su extremo inferior: una cola de sirena cubierta por diversas escamas pigmentadas de azul, gris y otros colores que culminan en unas aletas muy pronunciadas más oscura que el resto de su cintura para abajo.
El hombre por el terrible susto que sufrió dio un paso en falso, resbaló por culpa de las húmedas rocas dándose así un fuerte golpe que partió su cabeza, mientras el mar agitó su esencia para golpearlo con más violencia, entre las pétreas trampas, para finalmente arrastrarlo con su asesina corriente lejos de la tierra en donde su sangre se extraviaba dentro del agua salada que borraba cualquier indicio de la desgracia.
La sirena reía macabra, saboreando la violenta muerte de un hombre que ahora era sólo un cádaver que se adentraba al mar a la espera de ser devorado por la sirena que al reventarse una gran ola desapareció del maldito roquerio.
El extraño rugido del mar alertó al par de amigos que ante la eminente tardanza del sujeto que necesitaba mear, decidieron salir en su búsqueda.
FIN
Sergio Muñoz es escritor y publicó en 2022 “Entre el Cenit y el Abismo. Y otras ficciones”. A partir de ahora y en cada fin de mes, él se comprometió a escribir un cuento con el único fin de entretener a sus lectores y ejercitar su pluma. Puedes seguirlo a través de su cuenta de Instagram y Facebook.
Lunes, 29 de Octubre de 2023/ Cuento #10
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