La historia de “Luchito y la 7” mezcla el fútbol, la vida, la esperanza, la desazón y el remordimiento, entre otros sentimientos que despierta este fabuloso relato. ¡Disfrútenlo!
Mi hermano sufría leucemia y todo salió muy caro, no solo por el tratamiento, sino porque de Tocopilla lo teníamos que llevar a Antofagasta. Tan caro que faltó a varias sesiones. Él con 8 años de edad y caleta por vivir.
Le hicimos completadas a beneficios, platos únicos, y todo lo que se les ocurra, pero no alcanzaba. Vi a mi papá llorando a escondidas, con la sensación de que el final se acercaba y ya nadie tenía fuerzas pah seguir.
Una mañana estuve con el Luchito y me contó en la cama que venía Alexis Sánchez a regalar pelotas, y le daba lata no poder levantarse a buscar una.
Yo le dije que no se pusiera triste, si ya no valía de mucho, si total la selección no había ido al mundial. Él contestó que daba lo mismo, que habría revancha para la próxima eliminatoria.
El sueño del Luchito era ser futbolista y Alexis Sánchez era su gran ejemplo de superación. Él tenía la fe de que se recuperaría y alguna vez entraría a una cancha.
Quería verlo contento, así que me levanté temprano y fui a la plaza, esperé que pasara el carro con el Alexis. Al principio no había mucha gente, pero de a poco se empezó a llenar. Los más adultos me aforraban codazos.
Pero ahí lo alcancé a ver, con la 7 puesta y acompañado de un megáfono con el que gritaba no sé qué cosas, porque mis sentidos solo estaban concentrados en obtener una pelota pal Luchito.
Vi que se agachó y se levantó con el primer balón, la lanzó al costado contrario de donde yo me encontraba, y no pasó nada; luego el segundo; el tercero y así… habrán sido unas treinta que tiró, con cuea pasó una cerca y la agarró ese viejo que me tenía de casero por su porte.
El 7 de Chile hizo una señal de que ya no quedaban más, así que la gente empezó a correrse de a poco. Pero lo que nadie espero sucedió, el Alexis se sacó la camiseta que tenía puesta, la firmó a la rápida y la lanzó justo hacia donde yo estaba.
La remera venía en cámara lenta, y casi de manera estúpida no reaccioné, simplemente levanté la mano y la agarré. La tenía en mis palmas, chemimare, no podía creerlo, le tenía la camiseta del Alexis al Luchito.
Di la media vuelta para marcharme… pero alguien apareció. Como una liebre por mi lado me la quitó de las manos y salió a la cresta. Me quedé inmóvil un par de segundos, atragantado de esa infame sorpresa y mi mente me empujó a salir detrás.
Lo veía correr con un short corto y una polera sin mangas, color verde. Era rápido, no lo podía pillar, lo seguí por la calle Bolívar, doblando por Matta hacia la izquierda.
Por más que trataba no lo alcanzaba, sentí que no me quedaba aire, pero la injusticia y la rabia me entregaba fuerzas para recuperar lo que era mío.
Una micro le paró y se subió, cresta, a lo vivo me subí por la parte de atrás de una camioneta que se había detenido en un disco “pare”, por supuesto agaché la cabeza para que el chófer no me sorprendiera.
Me asomaba de manera rápida para ver por dónde iba la máquina que lo transportaba. Caché que bajó por la calle Del Rosario y me tiré cara dura de la camioneta a medio frenar, al saltar me doblé un poco el pie, y empecé a cojear.
Él no se imaginaba que le pisaba la sombra por la calle Esmeralda. Traté de apurar el paso, y ya lo tenía listito, pero dos cabros pailones me hicieron frenar.
Vi que este les mostró la camiseta y estos (que parecían ser sus hermanos) reaccionaron quitándosela, él luchaba para que se la pasaran y los otros se cagaban de la risa, finalmente se metieron a la casa.
Me quedé sentado al lado de un auto estacionado, justo al frente de su hogar y me puse a pensar como cresta podía llevarme la camiseta.
No era opción ir a la buena, me iban a mandar al carajo. Así que no me quedó otra, todo por mi hermano… a la mala. Habré estado unas dos horas, no les miento, lo único que hice fue esperar el momento justo para entrar.
Y se dio, vi al fin salir a los flacuchentos pailones, caché que iban sin la remera, suponiendo así que estaba en esa casa. Esperé que se alejaran y me levanté.
Me acerqué hasta la puerta, y por la parte de adelante no habían ventanas para observar hacia dentro, no tenía idea si había más gente además del niño.
Me fui por el patio, con harto cuidado, sin que nadie me viera o escuchara. La casa no tenía rejas, así que caminé bien piolita, agachado. A medida que avanzaba, se sentía cada vez más fuerte el olor a meado de gato.
El sitio estaba lleno de escombros de madera y fierros. Observé que tenían unas bolsas de nylon de ventana por la parte de atrás, y miré bien precavido por los orificios de estas, no se veía nadie a simple vista.
Me encontré con una puerta abierta, y cara dura me metí. Sentí un ruido que provenía de una habitación a mi izquierda, me asomé y me topé con un hombre durmiendo en el suelo, a raja pelada, roncando profundo, con un olor a copete que le salían de los poros, a más no poder.
Al girar, estaba este cabro, mirándome, sorprendido. Me intenté calmar y le dije en buena que me devolviera la camiseta, pero este reaccionó de inmediato, se puso a gritar a su taita que había un ladrón, sin embargo, el otro no despertaba ni con la parada militar encima.
Le pedí varias veces que me entregara la remera, pero me la negaba. Filo, me metí a su pieza, a la mala, y caché que la tenía encima de un colchón de plaza tirada en el piso, justo al lado de una bacinica morada.
Decidido fui a recogerla, pero el otro se lanzó encima de esta… y ahí me entró la rabia. Lo agarré del pelo, y me salió bastante duro el cabrito… me mordió el brazo, grité del dolor, atinando a quitármelo como si fuese un perro.
Le metí el dedo en el ojo y poco a poco dejo de apretar, le aforré dos combos en la frente y se fue al piso. Tomé la camiseta y me marché.
Subí a la micro, llegué a mi casa, todo a adolorido, pero por sobre todo contento.
Tía, mira lo que tengo, es pah mi hermano.
-“…”
-“¿Qué pasa? ¿Por qué llora?“-.
De pronto escuché el ruido, de ahogo, oscuro, de mis padres, de mis hermanas. Entré a la pieza y estaba el Luchito durmiendo, con una pequeña sonrisa marcada en el rostro.
No supe que decir, el dolor es tan re grande por la cresta. Me tiré encima de él, con camiseta y todo. Agarraba a chuchada a Dios, y a la nada.
Salí de la casa y me puse a correr hasta la playa a vomitar la mugre que tenía en mi alma, a llenarla de más basura de la que ya tiene. Siempre con la 7 en mis manos.
Lo velamos en la casa y yo no dormí nada. Le puse la camiseta encima del ataúd, pensando en el consuelo de que quizás estaba riendo de lo que había logrado.
Al otro día, llegamos todos a la última despedida, a la más terrible: el funeral. Había un cántico de una señora que me tenía enfermo, que me acuchillaba el corazón. Mi papá dijo las últimas palabras y todos besamos el cajón… era hora de enterrarlo.
-“¿Qué pasó? ¿Por qué no mueven el cajón?” – pregunté.
–“El sepulturero no está“-.
Resultó ser que el encargado de hacer la excavación no había llegado, mi tío me dijo al oído de que de seguro se había quedado raja curao en su casa, que todos lo conocían y que no era la primera vez que hacía algo así.
Sin embargo, yo veía a un cabro chico con un jokey de Cobreloa, un short, y una camiseta sin mangas, de color verde, metiendo pala, sudando la gota gorda, el cual con suerte llevaba el cuarto de profundidad que tenía que tener el hoyo: Era él.
Una vecina empezó a retarlo, de que se apurara, que no podía ser que esperáramos tanto rato haciendo el luto en el cementerio. Mi papá estaba ahí, abrazando a mis hermanas y conteniendo a mi madre. Mis tíos no hacían nada, mis vecinos tampoco, y el cabro chico le ponía con la máxima de su fuerza.
Atiné solo, tomé otra pala que había a su lado, y los dos empezamos a tirar tierra pah fuera. El calor de Tocopilla me tenía tan asado, que me tuve que sacar la camisa que llevaba puesta.
Se me veía la cicatriz de la mordida del que era en ese momento “el sepulturero”. Por cada sudor que goteaba junto a él, la pena se iba, poco a poco, terminé tan exhausto y con la determinación de acabar que no me di ni cuenta cuando el ataúd ya estaba abajo.
Mi papá empezó a tirar tierra junto a los demás, y yo tomé la camiseta de Alexis, listo para lanzarla a mi hermano… pero me detuve.
Me puse a buscar al otro niño con la mirada, pero no lo encontré, se había marchado… pero en fin, ya sabía dónde vivía.
Llegué esa misma noche hasta su calle, y sorpresivamente lo vi salir corriendo, como si escapara de alguien, con una mochila pequeña.
Lo seguí, y en una esquina frenó, se dio la media vuelta y me vio, se quedó estático, quizás pensó que nuevamente lo golpearía.
–“¿Pah dónde vai?” – pregunté.
–“A Santiago”-.
-“¿A Santiago? ¿Y vai solo?“-.
Me movió su cabecita haciendo gesto de un sí.
-“¿Y tení plata?“-.
Me mostró las cinco lucas que se había ganado ese día en el entierro.
-“¿Y a qué vai?“-.
-“A jugar al Colo, o a la U, no sé… donde quede“-..
Escuché la voz del Luchito salir de su garganta, y me dolió la guata de la pena.
-“No tengo plata pah pasarte, pero toma, esto es tuyo, algo le podí sacar“.
Le pasé la camiseta en sus pequeñas manos.
Se puso la remera de inmediato, encima de esa polera sin mangas, de color verde, y no lo hizo de lucido, era para simplemente no cagarse de frío.
Y así se marchó, con un short cortito, la 7 calcadita en su espalda y un Luchito más vivo que nunca que caminaba junto a él.
FIN
*Este fantástico relato, no fue modificado en ninguna palabra, grosería o expresión. Su fuente, lo hallé de la página de memes chilena PLP, y espero lo hayan disfrutado tanto como yo.
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