Al inicio del mundo, deseó Dios crear La Tierra. Llamó al demonio y lo envió al fondo del mar para que cogiera un puñado de tierra y se la trajera.
“Pues bien”, piensa Satanás, “¡yo haré una tierra que sea igual, y para mí!”.
Se metió en el agua, cogió tierra en una mano, y también llenó de tierra su boca. Subió y le entregó a Dios, sin poder decir palabra alguna.
Por todos los sitios en los que arrojaba Dios la tierra, aparecía una superficie tan llana, que si uno se ponía en un extremo, veía todo lo que había en el otro.
Satanás lo vio, quiso decir algo y se atragantó.
Le preguntó Dios qué era lo que quería. Satanás empezó a toser, y echó a correr, tal fue el miedo que se apoderó de él. Huyó perseguido del trueno y del relámpago, que fueron golpeándolo.
Y, allí donde caía, se fueron alzando collados y cerros. Donde tosía, crecía un monte. Y donde saltaba, se levantaban hacia el cielo picos de altísimas montañas.
Así, recorriendo La Tierra, la surcó toda, y la cubrió de colinas, cerros, montes y picos altos.
FIN
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