Leer las biografías de Stefan Zweig produce un placer comparable a la vida misma. Un placer intenso, una fiesta de palabras, una algarabía de tipos inolvidables. Más que la persona, es el personaje el que se agiganta y subyace incomparablemente vivo, completo, comprendido. Zweig define el tipo a través de la pasión que lo arrebata. Casanova, Sthendal, Kleist, Balzac, Dostoievski, Dickens son cada uno una pasión, una llamarada de destino que los conduce hasta el final de sus días.

No son muchos los autores a quienes puedan definirse una pasión predominante que abrase su vida entera. Nuestro tiempo está teñido de aspiraciones mezquinas, burocráticas, sin riesgos.

La mayoría de escritores son, cómodamente, usufructuarios de una legalidad antaño cuestionada.

La pasión por escribir, por disentir y perseverar en ello se bate contra murallas de deslealtad, de traición a sí mismos, de incoherencia final que la derrumba a una vida más tibia, ordinaria, insustancial.

El escribir se convierte por último, más que en un oficio, en una carrera, en una actividad fácilmente deleznable.

Sin embargo, hay escritores para quienes escribir es una maldición de la que no pueden apartarse.

La literatura se convierte en pasión, la palabra asume el pedestal de los dioses, el verbo se entroniza como destino y cualquier otro oficio o profesión sucumbe ante su hechizo.

La riqueza de tal literatura pueden darla, por un lado, la intensa y variopinta vida del autor, plagada de riesgos, aventuras y acaso excentricidades, y por otro lado, como es el caso de Franz Kafka, la inmensa y compleja vida interior, la subjetividad desencadenada.

“Toda mi forma de vida” escribía Kafka a Felice “está centrada en la creación literaria. El tiempo es breve, las fuerzas exiguas, el hogar ruidoso. Y si uno no puede llevar una vida recta y hermosa es preciso que se arregle con artificios”.

Sus novelas reflejan un mundo angustioso, sin solución y absurdo. De allí que “lo kafkiano” sea sinónimo de caos y absurdidad. “Y de continuo busco comunicar algo no comunicable, explicar algo inexplicable, hablar de algo que tengo en los huesos y que sólo puede ser vivido en esos huesos”, escribía Kafka a Milena, como respondiendo de antemano a la descripción que se le hace.

Para Borges, Kafka era el escritor de las infinitas postergaciones, porque sus novelas y sus cuentos no redondean un final anecdótico sino que nos dejan con una sensación de inacabable, de vivir dentro de un círculo vicioso.

Kafka parece responder también a esta caracterización y escribe en su diario: “no dispongo del suficiente tiempo y tranquilidad para sacar de mí la totalidad de las posibilidades de mi talento. Debido a ello, sólo se producen siempre principios sin final”.

Su pasión por escribir es indudablemente sincera. Sus novelas, cuentos, reflexiones, diarios, cartas, narraciones, fábulas revelan una necesidad vital.

Las razones, el por qué se escribe, son muchísimas. “Para disculpar mi debilidad, hago que el mundo que me rodea sea más fuerte de lo que es realmente”, dice Kafka, ensayando un análisis de sí mismo. En 1912 escribe a Max Brod:

“Todo cuanto he escrito, ha sido escrito en baño tibio; nunca he vivido el infierno eterno de los auténticos escritores”. Y más tarde, agrega, en una carta a Felice: “intrépido, resuelto, poderoso, sorprendente, conmovido sólo me ocurre al escribir”.

Existe un Kafka una sinceridad única, pero también una forma de autoinculparse, de atacarse sin miramientos que sorprende por su modo impasible y descarnado.

Según Adorno, refiriéndose a lo absurdo en escritores como Kafka y Beckett, el contenido ya no puede considerarse racional según los cánones del pensamiento discursivo; la oscuridad del absurdo debe ser interpretada, pero no sustituida por la claridad de lo sensible.

Y consideraba a Kafka como uno de los escritores que mejor ha reflejado el mundo de crisis del capitalismo.

En suma, esto último representa el consenso o la idea común respecto a Kafka, superior a lo que el propio Kafka consideraba idéntico a él: la literatura. No es ya el hecho de escribir el compañero inseparable del escritor: ambos son uno mismo.

“Mi felicidad, mi habilidad y cualquier posibilidad de ser útil de alguna forma, se encuentra desde siempre en lo literario”, escribía Kafka, y al respecto podía ser áun más claro y directo: “no una tendencia a escribir, queridísima Felice, no una tendencia, sino yo mismo. Una tendencia puede arrancarse y pisotearse. Pero se trata de sí mismo”.

Pero de todos los lugares comunes respecto a Kafka, el menos justo es el que lo describe como débil incluso frente a la vida. Max Brod, en cambio, nos muestra un Kafka alegre, conversador y amigo de los cafés y las charlas animadas.

Si bien es cierto el conjunto de las obras de Kafka refleja la angustia personal en límites extremos, no es suficiente motivo para absolutizar esta característica a la conducta del autor.

Una última cita de Kafka puede ubicar mejor el optimismo que tanto se le esconde y regatea: “ofrécete a la lluvia, deja que te penetren sus flechas de acero, deslízate a través del agua que quiera arrastrarte, y a pesar de todo persevera, aguarda, de pie: el sol te inundará bruscamente y sin fin”.

*El artículo no es de autoría de Elsemáforo.cl ni de ninguno de sus amigos y/o colaboradores. Lamentablemente no encontramos al autor de esta estupenda pieza literaria y lo felicitamos por su gran escrito.

AUTOR. Elsemáforo.cl.

Martes, 27 de mayo de 2025.

Te podría interesar también:

Emotivo discurso de Han Kang, Premio Nobel de Literatura

 

Comentarios de Face