En el extremo este de Rapa Nui, en el lugar llamado Ana-O-Kele, se encuentra un precipicio que cae abruptamente al mar.
Al fondo, las olas barren la base de una pared de roca de unos trescientos metros de altura.
En la mitad de dicha pared aparece la boca de una caverna. Es una gruta que se eleva progresivamente y que se adentra por cientos de metros.
En ese lugar, muchas jóvenes debieron permanecer alejadas del sol y de la luz hasta que su piel se tornase pálida, tal como era el deseo de sus pretendientes, puesto que esta era la forma en que creían iban a dar su descendencia la apariencia del hombre blanco.
La alimentación de las vírgenes era suministrada a través de un zapallo ahuecado, el que hacían llegar a la entrada de la cueva mediante una soga.
Este lugar, origen del canon de belleza por muchos años, estuvo en funcionamiento hasta la terrible tragedia que enlutó a toda la isla.
Resulta que durante un ataque de piratas y cazadores de esclavos, los isleños se olvidaron de suministrar el alimento diario a las vírgenes de la caverna y estas murieron de hambre, enterradas vivas en la gruta.
Se pueden encontrar osamentas esparcidas sobre el frío suelo de esa cueva donde no llega la luz del sol.
Las mujeres que murieron en esta caverna son a veces recordadas por los nativos mediante antiguas canciones:
¡Estás encerrada en una cueva, oh reclusa!
¡Contra la roca está suspendido el zapallo con tu comida!
¡Cuánto tiempo has estado encerrada, oh reclusa!
¡Te amo a ti, porque estás prisionera!
¡Cuán blanca te has tornado en tu retiro, oh reclusa!
FIN.
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