“Al fin llueve” por Sergio Muñoz

Muchos recuerdan con cariño que hace más de veinte años era común ver a un par de jóvenes enamorados caminar tomados de la mano por los rincones de la humilde Caleta Pichicuy, en la bahía de La Ligua. Ellos se divertían persiguiéndose sobre la arena del lugar, permanecían abrazados hasta que el sol se extinguía detrás del horizonte y emanaban una bella sonrisa que a todos alegraba observar. 

No obstante, todo cambió cuando apareció de manera sorpresiva en la caleta el ofuscado padre del muchacho gritando que “este tonto y fugaz amor de verano se termina hoy”. El conocido empresario de paltas no toleraba que su único hijo y futuro heredero del negocio familiar tuviera un romance con la hija de una vendedora ambulante de dulces que desde muy temprano esperaba, a un costado de la carretera, la amabilidad de algún chófer que se detuviera para poder así ofrecer la variada mercancía que andaba transportando en su gran canasto de mimbre, a los hambrientos pasajeros.

¡Qué día más terrible fue ese! Muchos lo recuerdan como el día que murió el amor porque el iracundo padre, ignorando el reciproco sentimiento de los adolescentes, no sintió ninguna pizca de compasión por la pobre muchacha que cayó de rodillas suplicando, en medio de suplicas y llantos, que no le arrebataran el amor de su vida. Sin embargo, aquel reconocido empresario condujo a su hijo hasta el vehículo y partió con él hasta su casa advirtiéndole que hoy era el último día en este lugar, ya que para mañana estaría en Santiago. De esta manera tan violenta y repentina acabó el romance más bello que se haya conocido en ese lugar.

La madre de la destrozada muchacha al enterarse que su hija sufrió una terrible vergüenza y la pérdida de su amor más puro fue rápido a encontrarse con ella para consolar a la abatida joven e indignada después se dirigió hasta la ostentosa residencia de aquel señor y pese a que el paltero no quiso recibirla en persona, de igual modo se enteró por medio de sus empleados que la señora maldijo a todo el lugar y advirtió que la única manera de enmendar el error sería permitiendo que los jóvenes volvieran a reencontrarse para disfrutar de su amor, antes que sea demasiado tarde.

Por supuesto el empresario de las paltas ignoró la advertencia y creyó que todo esto se trataba simplemente de una rabieta de una vieja que aspiraba a ser parte de su honorable familia a través de su hija que no aspiraba a nada, salvo ser la enamorada de su hijo.

En la caleta pasó un tiempo y todos estuvieron de acuerdo que nunca más se volvería a observar a una pareja tan enamorada como aquellos muchachos.

Después que la vendedora de dulces fue hasta la casa del padre del muchacho, ningún vecino supo algo de la muchacha o de su madre. Ambas desaparecieron por arte de magia, no dejaron rastro alguno y no sé volvió a saber nada de ellas jamás.

Pasaron los años y el negocio de las paltas parecía ir muy bien. El viejo empresario no podía estar más contento tras adquirir nuevas hectáreas de dónde brotaba verdadero oro verde que se vendía muy bien tanto a nivel nacional como internacional. Además, estaba orgulloso que su hijo haya comenzado a estudiar en la universidad para potenciar los conocimientos que requería para liderar el negocio familiar en el futuro.

Pero de pronto la vida dio un vuelco desfavorable al paltero. Su primogénito y único hijo murió en un terrible accidente automovilístico, producto del excesivo consumo de alcohol. El padre jamás quiso aceptar que arrebatarle el amor de la muchacha a su hijo fue uno de los peores errores en su vida. El hijo jamás pudo olvidar a su enamorada, jamás se repuso del dolor ni de la depresión, en cambio el odio a su padre creció con el tiempo hasta que aconteció lo trágico.

Además, como las desgracias nunca llegan solas, lo que parecía un mal año en cuanto a lluvias por aquel entonces se terminó convirtiendo en una desgraciada mega sequía que hasta el presente no ha mostrado cambios favorables.

El viejo y desgraciado empresario no podía creer que lo que antes era un maravilloso paisaje frondoso de bellos y generosos paltos, hoy sea más que una triste y gris fotografía de descascarados árboles muertos que sucumbieron ante la falta de agua.

Lo que antes fluía a través de las cuencas de los ríos hermanos de Petorca y de La Ligua que bastaba para abastecer el consumo de todos, ahora vive una crítica realidad en donde los pocos caudales que aún se resisten a duras penas pueden satisfacer la necesidad del consumo humano y del uso agrícola.

El pobre empresario reflexionaba que jamás agradeció el regalo que le brindaba la naturaleza, ya que hasta pejerreyes observó saltar por los caudales que antes  circulaba maravillosa agua y que permitía que los paltos se desarrollaran de manera mágica, porque ahora todo es diferente, una cruel realidad que él sentía no merecía pagar, ya que en el pasado era una empresario respetado y admirado por dar trabajo y brindar donaciones, pero como los tiempos cambiaron ahora también debe lidiar con el malestar de los vecinos que culpan a los palteros la escasa agua.

El dolor aumentaba para el viejo empresario cuando tenía que apilar los restos de los paltos, que arrancaba de la seca tierra, por culpa de la interminable sequía que no daba tregua, convirtiendo en un verdadero cementerio algunos rincones de sus deprimentes hectáreas agrietadas.

Haciendo caso a un fuerte impulso el viejo empresario toma su vehículo y arranca con toda prisa hasta aquel lugar, que hace veinte años, en donde él cree comenzó toda esta desgracia. Mientras conduce piensa en aquella mujer, por primera vez en muchos años, que fue a maldecirlo hasta la entrada de su casa sólo para lamentarse más, ya que por no haberla recibido jamás vio su rostro, no conoció su voz ni mucho menos nunca supo cómo se llamaba y ahora siente que esa persona está en todas partes, como una espectral figura, para atormentarlo por siempre, tal cual advirtió.

Cuando llega hasta la caleta detiene su vehículo con vehemencia. Un nudo se atora en su garganta. Acaba de presenciar a dos jóvenes tomados de la mano, se ven tan enamorados y felices, tal cual su hijo con su novia en aquel entonces. El parecido es increíble. Un capricho del destino. El hombre llora a cántaros, como jamás lo había hecho en toda su vida, mientras la pareja sigue con su andar romántico sobre la arena del lugar antes que el sol se esfume detrás del horizonte.

FIN

Sergio Muñoz es escritor y publicó en 2022 “Entre el Cenit y el Abismo. Y otras ficciones”. A partir de ahora y en cada fin de mes, él se comprometió a escribir un cuento con el único fin de entretener a sus lectores y ejercitar su pluma. Puedes seguirlo a través de su cuenta de Instagram y Facebook.

Martes, 28 de Marzo de 2023/ Cuento #3

No olvides dejar tu like y seguir nuestra fanpage aquí. Si deseas ser parte de El Semáforo envía un artículo a elsemaforoquilpue@gmail.com y no olvides leer esto:

“Leona” por Sergio Muñoz

 

Comentarios de Face