“Ahí lo tiene Maradona, le marcan dos. Pisa la pelota Maradona, arranca por la derecha el genio del fútbol mundial. Puede tocar para Burruchaga… Siempre Maradona… Genio, genio, genio, ta, ta, ta… Gooooooooool. Quiero llorar dios santo… viva el fútbol”, rugía con una especie de emoción violenta Víctor Hugo Morales; Diego anotaba el dos a cero frente a Inglaterra en el mundial de México 1986.
A contar de ese momento, todo un país sentía que la providencia, encarnada en las piernas de “el pelusa”, ajusticiaba sobre el tequilar pasto, aquello que la política desmoralizó entre límites fronterizos.
Pero ¿Quién fue Maradona? Sería descriterio puro y simplista, señalar que el diez fue sólo un tipo que jugó a la pelota, porque no lo fue, no lo es, ni será.
Quienes lo vimos jugar, pudimos retener en la memoria, un virtuosismo de oro, ese que los elegidos poseen, un neogótico arquitecto del balón pie, un show-men de cancha, capaz de movilizar al mundo con simplemente respirar, un terco idealista que logró su objetivo trazado entre tierra y piedras de barrio, es decir, un genio.
El lanusense puede ser amado y odiado, pero jamás ignorado, porque los genios tienen el poder de movilizar pasiones, odios, pensamientos, celos, envidias, rechazos, fanatismos e incluso deseos, pero sea lo que sea lo emergente entre esas ocho letras, aquel metro sesenta y cinco se lacró como parte de nuestras vidas, de la historia y en los siglos por los siglos, amén.
Pero como todo genio, el huracán interno lo siguió hasta sus últimos días. Resulta fácil, después de años de tropiezos y autodestrucción, clavar el estoque al toro caído, eutanasiar con el desdén de la crítica, a quién facilitó un sentido de existencia, una validación para la herida Argentina y levantó ese escuálido autoconcepto nacional destrozado por su historia reciente.
Resulta fácil aborrecer al ser humano tras el jugador, empañando a este último con los desajustes del primero, pero, aún sin ser fans o simpatizante de Diegol, me parece injusto y judaico escupir moral desde la contraproducencia misma del ser humano.
Si hay algo que poseo, es buena memoria y recuerdo cómo su país lo endiosaba, como el mundo lo endiosaba cada vez que anotaba un gol, cómo levantaron una religión en su honor, también el incondicional apoyo tras ser suspendido del Nápoles por consumir cocaína en 1991 y los gritos desesperados para que jugara el mundial del 94; construyeron a un dios.
Muchos aman a dios, muchos desean a dios cerca en sus vidas, muchos quieren un trozo de dios, pero no son menos los que desean sacar la mejor tajada de dios. Para Maradona, un ocho del Eneagrama, asiduo a toda clase de estímulo que lo hiciese vibrar en exceso, propenso a codearse con los límites por escencia, el refuerzo social de dicha posibilidad (ser Yahvé en persona) le fue inevitable de ignorar o mantenerlo en visto, imposible de no encarnarse como tal deidad e inmacularse como ella y es justamente esta variable (el refuerzo positivo e incondicional descomunal), el escopetazo que hirió de muerte a la presa del ensalzamiento.
Debe ser difícil, sino imposible, para un chico marginal, con carencias de todo tipo e indiscutible deprivación cultural, despertar un día siendo el becerro de oro del vulgo y no sucumbir a las desconocidas exigencias de este, a los estándares de este, el confort que entrega desenmarcarse del promedio, los privilegios lubricando constantemente un ego en bruto o descubrir que tan sólo moviendo un dedo, el universo te recuerda la trilogía viviente bajo una camiseta; la consciencia se nubla fácilmente.
Si hilamos fino, Diego Armando Maradona fue una víctima, pero ¿De quién? De sí mismo, de sus penurias, de sus vacíos, de su negligencia caracterial, de su sed por conquistar al mundo, de sus promesas a doña Tota, de todo un génesis marginal, de no tener botines, de tener que vérselas con el hambre y la desesperanza aprendida.
Aquello forjó un sujeto enrabiado, con la sensación de haber sido expulsado del paraíso, de personalidad confrontacional y buscador perpetuo de cómo vengar la desdicha experienciada, un sujeto a la defensiva, acostumbrado a pisar antes de ser pisoteado, por ende, el mundo debía pagar y sí que lo hizo; se lo engulló de golpe.
Por otra parte, fue víctima de todo un sistema perverso, vampirezco, de esos amigos que lo son cuando se está en la gloria, de inescrupulosos que explotaron al tigre hasta que ya no tuvo dientes para intimidar al rival, de pelotudos incapaces de conectarse con la ética para orientar, terapear y reflotar al producto cuando los números estaban en rojo, facilitar sanidad a la enfermedad con grotescos síntomas o simplemente, lenguajear las palabras precisas y gratuitas que pudieron forjar una leyenda por sobre un villano con tintes de héroe; el ángel caído pernoctó en los infiernos sin retorno.
Con esto no estoy justificando, apelando al perdonazo o solicitando exención legal de responsabilidad en la extensa lista de faltas, delitos y exabruptos varios, porque más allá de la potente influencia del sistema, tengo completa certeza de la capacidad del sujeto para reflexionar sus acciones y tomar decisiones más o menos consciente, pero decisiones al fin y al cabo.
Como era de esperar, la muerte de Maradona facilitará la formación del mito y también como era de esperar, no podía marcharse desapercibidamente, sino, rodeado de polémica, desacuerdos, críticas e intensos debates más allá de lo futbolístico o personal: la sucia clase política.
El responso del ídolo, dejó en evidencia la burla de esta raza humanoide sobre la gente a pie, riéndose a destajo de cuanto dolor dejó la supuesta pandemia y el supuesto profesional manejo político de esta en Argentina.
Cientos de pymes quebraron, cientos de familias que no pudieron despedir a sus difuntos, millones de ciudadanos con “arresto domiciliario” ¿Y para qué? Para nada, porque la priorización del populismo, dejó en evidencia lo poco que les importamos, la farsa de las cuarentenas totales, la supremacía del pan y el circo y por si fuera poco, el grosero derrumbe del discurso respecto a “todos somos iguales” del kirchnerismo (aunque sabemos que nunca ha sido así).
Lamentablemente, por la descriteriada cabeza del “Presidente”, algo tan sensible como un velorio, de ser un evento silencioso, respetuoso, recordado con emoción, pasará a ser recordado como la gran vergüenza mundial que Argentina tendrá que bancarse hasta que otro Diego restaure el autoconcepto de un pueblo estafado por sus propios gobernantes.
“Hasta en la muerte fue utilizado el pobre huaso”, decía un argentino mirando la televisión.
Cristian Mora Valenzuela
Jueves, 3 de Diciembre de 2020
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