Recogí a Yendelín en el lugar y hora que habíamos acordado. Ella lucía mucho más bella y atractiva de lo que aparentaba en sus redes sociales. Quedé fascinado.
Ella me esperaba sonriente, portando un ajustado vestido negro de una sola pieza, que resaltaba por la palidez de su tez, peinó su cabello a lo tomate para destacar la pulcritud y el largo de su cuello.
Cuando Yendelín subió a mi vehículo casi me derretí al contemplar sus muslos que apenas su recogida ropa cubría. Luego, de manera coqueta, ella exhibía la hermosa joya que le regalé y que se encontraba colgando alrededor de su cuello, rozando sus generosos senos.
Manejaba ansioso, espiaba de reojo el vaivén de sus piernas, el intenso rojizo de sus finos labios y me dejaba cautivar por el encanto de su voz que me estimulaba pisar el acelerador a fondo para llegar lo más pronto posible hasta nuestro placentero destino.
Nos detuvimos en un lugar bastante retirado y exclusivo. Estacioné con prisa mi vehículo apenas el guardia brindó la autorización de ingreso. Tras bajarnos del auto Yendelín me guiaba por el interior del recinto privado que conocía de memoria y en nuestra reservada habitación ella se entregó por completo a mí.
No obstante, el mágico tiempo con ella se había acabado en un parpadeo. Yendelín agradecía todos mis detalles, prometía la más completa confidencialidad y reiteraba, mientras se vestía, que yo debía dejarla afuera de su departamento, como habíamos acordado antes.
El viaje de regreso fue diferente. Ya no reíamos, no conversábamos y ella se mantuvo gran parte del recorrido concentrada en su celular, dirigiéndome la palabra de vez en cuando sólo para decirme que si seguía siendo atento y buen chico con ella tal vez me daría otra oportunidad para repetir lo que hicimos en ese cuarto de motel.
Nuestro viaje llegaría a su fin cuando detuve mi vehículo en la entrada del condominio en donde Yendelín residía. Ella se bajaría de mi auto sin siquiera decir un “adiós” amistoso ni mucho menos voltearía a mirarme por última vez.
Menos mal que Yendelín fue tan indiferente en su partida porque en caso contrario hubiera notado mi estúpido rostro encantado y a su vez a un hombre que jamás la presentaría ante importantes amigos y familiares como si fuera mi novia. Así era la realidad, después de todo.
FIN
Sergio Muñoz es escritor y publicó en 2022 “Entre el Cenit y el Abismo. Y otras ficciones”. A partir de ahora y en cada fin de mes, él se comprometió a escribir un cuento con el único fin de entretener a sus lectores y ejercitar su pluma. Puedes seguirlo a través de su cuenta de Instagram y Facebook.
Martes, 21 de Noviembre de 2023/ Cuento #11
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