“Secreto marino” por Sergio Muñoz

Después de haber tomado bastante y abusado de las drogas, tres amigos se cansaron de estar en un departamento y decidieron ir hasta la orilla de un roquerio para cambiar de ambiente y así seguir carreteando.

Era una noche bastante oscura para esos tres despreocupados fiesteros que se divertían arrojando al océano latas a medio consumir y reventando botellas de vidrios en contra de las rocas riendo a carcajadas, ante el disgusto de las olas que no estaban dispuestas a permitir más esa situación.

Uno de los carreteros necesitaba mear con urgencia, así que los otros dos amigos le exigían que lo hiciera lejos de ellos porque temían que, a esa hora de la madrugada, el meado los alcanzara por el retorno que generaría la corriente del viento.

Fue así como ese alegre hombre partió a buscar un buen lugar para orinar, mientras su cuerpo se tambaleaba de izquierda a derecha y viceversa, riéndose de alguna estupidez que su intoxicada mente recordaba a medias y con la vejiga llena, implorando evacuar lo más pronto posible todo el alcohólico contenido.

De pronto, desde algún recoveco de la penumbra, el ebrio sujeto empezó a oír una encantadora canción que se intensificaba con cada paso que brindaba para encontrar a la persona responsable de tan bella melodía. Al percatarse de que se trataba de una mujer la lujuria invadiría todo su ser esto debido al solitario sitio en el cual se encontraban.

Ignorando su deplorable condición este sujeto avanzaría hechizado por el canto y que lo alejó de los dos amigos que aún seguían bebiendo y drogándose a la espera del retorno de su compadre de fiestas.

El alejado hombre percibía que su corazón escaparía en cualquier momento de su pecho al descubrir a una joven y hermosa mujer, sentada sobre las frías, espectras y húmedas rocas que oponían una feroz resistencia a las embestidas de la siempre traicionera mar.

La belleza de la desconocida mujer despertaba en él sus más bajos instintos de querer tomarla a la fuerza ahí mismo amparado a la idea que nadie interrumpiría.

El ebrio sujeto producto de la semi desnudez de la misteriosa mujer que exhibía un par de firmes, redondos y curvilíneos pechos, adornados en el centro de éstos por un par de elevadas areolas que destacaba por la oscuridad que desprendían a contraparte de la blancura de su tez, sentía como crecía en él un voraz deseo sexual por conquistarla.

Los pezones de la extraña muchacha no se quedaban atrás por su natural encanto y aumentaba el libido del hombre que ya anhelaba abalanzarse sobre ella para desahogar todas su calientes sensaciones en medio de la helada costa otoñal.

Ella, de lisa cabellera tan larga como un épico poema y del color de la fría noche, ocultaba su rostro al desesperado hombre que seguía su sonámbulo tránsito sin parar de escuchar el maravilloso canto que lo acercaba más y más a un inesperado desenlace.

El drogado sujeto hipnotizado caminaba sobre el oscuro y resbaladizo roquerío sin advertir que la brava mar no tan sólo pretendía embestir a las rocas.

Entonces, cuando él creyó que al fin se había acercado lo suficiente para tomar por la fuerza a la mujer que tanto lo excitaba, repentinamente ella reveló su espeluznante y retorcido rostro, casi demoniaco, de afilada dentadura, ojos que carecían de iris y parecía ser consumidos por una completa negrura, sin embargo, lo que más impactó al desconcertado hombre fue cuando observó la extremidad inferior de su cuerpo, en vez de poseer piernas ella lucía una cola de pescado cubierta por diversas escamas pigmentadas de azul, gris y otros colores que culminaban en unas aletas muy pronunciadas.

De una excitación tan febril a un gélido espanto en tan sólo algunos segundos, el borracho sujeto preso por el miedo dio un paso en falso, entre las húmedas y resbaladizas rocas, provocando así una mortal caída que le partió la cabeza. A su vez, el furioso mar no perdonaría lo ocurrido hace un rato y agitaba su esencia para continuar golpeando al moribundo hombre hasta que su vida se extinguió por toda la sangre que perdió y por el castigo que recibió también. 

Después, el océano se encargaba de arrastrar el cadáver por medio de su incesante corriente para alejarlo de las rocas en donde su sangre se extraviaba por culpa del agua salada que borraría cualquier indicio de su desgracia. 

La cruel sirena reía macabra y saboreaba el próximo banquete que se adentraba poco a poco a mar abierto, a la espera de ser devorado por esta malvada criatura.

El extraño rugido del océano alertaría al par de amigos que ante la eminente tardanza del sujeto que necesitaba mear, decidieron salir en su búsqueda.

FIN

Sergio Muñoz es escritor y publicó en 2022 “Entre el Cenit y el Abismo. Y otras ficciones”. A partir de ahora y en cada fin de mes, él se comprometió a escribir un cuento con el único fin de entretener a sus lectores y ejercitar su pluma. Puedes seguirlo a través de su cuenta de Instagram y Facebook.

Lunes, 29 de Octubre de 2023/ Cuento #10

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