Chateaba con una íntima amiga y por esa razón la micro que estaba esperando pasó de largo. ¡Que idiota soy! Pensaba, mientras la hora del reloj avanzaba.
Para mi fortuna, noté que otra micro se acercaba hasta el paradero y para no seguir esperando detuve la máquina, me subí y pagué el pasaje a un desarreglado chofer que no me entregó los veinte pesos de vuelto, entre tanto él tarareaba una canción de reggaetón.
Noté muchos asientos disponibles después, pero me trasladé hasta uno que estaba casi al final de la columna por donde se situaba el asiento del chofer, porque el último lugar lo estaban ocupando un par de jovencitas que me miraron y hasta una de ellas me sonrió. De igual manera, deseaba sentarme pronto y continuar hablando con mi amiga porque ella se encontraba por confesarme algo importante, tras su repentino quiebre amoroso.
En paralelo a lo anterior, no alcancé a sentarme bien porque el chofer empezó una frenética carrera que casi me hace caer y las chicas de atrás iban muertas de la risa saltando desde los asientos, no así otros pasajeros que reclamaban el exceso de velocidad con que manejaba este chofer.
Cuando logré al fin acomodarme bien, empecé a leer la confesión de mi amiga que me culpaba a mí, a pesar que su ex le fue infiel, era despreciable y tóxico, por haber sido cobarde al no reconocer lo que yo sentía por ella antes de todo eso, porque mi amiga escribió que siempre estuvo enamorada de mí.
Quedé en shock. No supe qué responder. ¡Sabía que ella me amaba! Y sí, tenía razón en que no me atreví a reconocer lo que yo siempre he sentido por ella.
Cuando al fin le iba a responder a mi amiga, de pronto las dos chicas que se encontraban detrás de mí me asaltaron, amenazándome con la punta de cuchillo que acercaron hasta mi cuello y me exigieron el iPhone que sostenía entre mis manos para dejarme ir.
Antes de entregarles mi teléfono, por inercia, lo bloqueé. Ellas después tomaron mi celular y velozmente descendieron por la puerta de atrás de la micro que “casualmente” estaba abierta en ese momento.
Todo pasó tan de prisa que después de recuperar el aliento me paré del asiento y observé que yo era el último pasajero. Le pregunté al chofer si se dio cuenta de lo sucedido e indiferente respondió que no. Volví a mi asiento resignado y pensando que de seguro el chofer también andaba metido en esto. Luego, recordé la conversación con mi amiga. No podré responder su confesión hasta que llegue a mi casa y después de haber bloqueado todo lo que pueda en el computador por si acaso.
Intentaba poner en orden mi mente antes de bajar de la micro, pero un ruido interrumpió mi concentración. Sonaba detrás de mí un teléfono celular. Una de las delincuentes cometió el grosero error en descuidar su teléfono. Así que, me lo guardé en uno de mis bolsillos después de apagarlo y bajé de la micro ante la atenta mirada del maldito chofer.
“Vino por lana y saldrá trasquilada”, pensaba en la popular frase a pocas cuadras cerca de mi casa, porque no tan sólo iba a bloquear todo tipo de información desde mi computador, sino también desbloquearía el teléfono de una de las delincuentes para descubrir cosas y así jugarlas en su contra, aunque tampoco, entre tantas cosas, olvidé la importante confesión de mi amiga ¡Qué noche por Dios! Y eso que recién empieza.
FIN
Sergio Muñoz es escritor y publicó en 2022 “Entre el Cenit y el Abismo. Y otras ficciones”. A partir de ahora y en cada fin de mes, él se comprometió a escribir un cuento con el único fin de entretener a sus lectores y ejercitar su pluma. Puedes seguirlo a través de su cuenta de Instagram y Facebook.
Jueves, 31 de Agosto de 2023/ Cuento #8
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